La idea de que la conciencia existe fuera del cuerpo es relevante cuando se consideran las experiencias cercanas a la muerte (ECM).
La conciencia, el alma, el espíritu (o cómo quiera llamarse), es un elemento básico de las tradiciones religiosas. Más allá de la realidad fisiológica, la ciencia convencional debido a una aparente falta de explicación racional desprecia esta realidad.
Sin embargo, las evidencias científicas del poder de la conciencia sobre la materia, y las aportaciones de la mecánica cuántica, nos acercan a la existencia del alma o conciencia como realidad simbióntica de la biología (1).
La glándula pineal es una pequeña estructura piriforme, con forma de cono de pino, la cual está situada encima y detrás del cerebro posterior. Fue ya identificada hace más de dos mil años por Herophilo de Alejandría (330- 260 BC), precursor de las disecciones para el estudio del cuerpo humano.
Herophilo de Alejandría se considera el padre de la neurociencia junto al anatomista Erasistratos (310 - 250 BC). En la época consideraron a la glándula pineal como "la válvula que controlaba el flujo de recuerdos, almacenados en el ventrículo posterior del cerebro, hacia la conciencia que sirve a parte del cerebro".
La glándula pineal durante mucho tiempo ha sido considerada por los biólogos como un órgano vestigial, como un apéndice vermiforme en el interior del cerebro, sin una funcionalidad clara y que esta, como muy bien se ha comprobado, degenera con la edad.
Curiosamente, en los textos de numerosas tradiciones religiosas, tanto en las filosofías orientales como occidentales, se ha considerado la pineal como el órgano de Dios, el Tercer Ojo, el Ojo de Shiva, etc. (2).
La asimilación de la glándula pineal como el “Tercer Ojo” de las religiones orientales, sigue siendo una metáfora sobre la visión intuitiva. Una visión más allá de la percepción sensitiva estricta.
El erudito francés René Descartes (1596-1650), la llamó el “asiento del alma”, y a la asoció con la conciencia espiritual, la inteligencia, etc.; su aseveración fue publicada de forma póstuma en 1664.
Sin embargo, habrá que esperar tres siglos, hasta el 1958, momento en que los científicos determinaron su hipotética función. Del estudio de su fisiología se observó la presencia en ella de células fotosensibles.
Un estudio más detallado mostró la capacidad de la glándula pineal para participar en la síntesis de melatonina, en el control regulador de todas las principales glándulas endocrinas, en la modulación de los patrones de sueño/vigilia, en las funciones estacionales y en el control del ritmo circadiano, entre otras.
Actualmente, se confirma que es un transductor neuroendocrino de información fótica frente a una respuesta endocrina a través de la síntesis y responsable de la liberación de la hormona melatonina.
La glándula pituitaria, que se considera el "maestro de la orquesta endocrina", es el lugarteniente de la glándula pineal. Pero, todavía estamos lejos de interpretar su funcionalidad más íntima.
Está demostrado que las experiencias cercanas a la muerte nada tienen que ver con la hipoxia cerebral, las alucinaciones por narcóticos, o los efectos de fármacos como la ketamina, utilizada como anestésico "disociativo" (Bruce Greyson 1993).
Las ECM son tipos particulares de conciencia subjetiva, de alguna manera afines a nuestra experiencia consciente cotidiana (incluidos los sueños). Estas ponen en evidencia que el cerebro no produce la conciencia sino que esta usa al cerebro para manifestarse (van Lommel, Pim).
Desde la ciencia convencional se asimila el cerebro a una computadora biológica, con 100 mil millones de neuronas que provocan descargas axonales y conexiones sinápticas que actúan como redes de información de estados e interruptores de "bits".
Pero esta visión de “cerebro como computadora”, sólo es capaz de dar cuenta de funciones cognitivas no conscientes complejas, incluidas la percepción y el control del comportamiento psíquico.
A pesar de la comprensión detallada de los disparos neuronales, las transmisiones sinápticas, la química de los neurotransmisores y la computación neuronal, no se explica la experiencia consciente, el "yo", el libre albedrío o los estados meditativos.
La noción de la complejidad computacional per se no puede explicar la conciencia, el tiempo esférico o que la vida física sea una mera ilusión fenoménica.
Hoy sabemos que los microtúbulos celulares, que forman la estructura interna de las neuronas cerebrales, regulan las sinapsis y pueden ser receptores de esta conciencia extracorpórea que nos compone, llámase alma, espíritu, yo superior, etc..
También sabemos que los microtúbulos neuronales se desintegran en la enfermedad de Alzheimer (Brunden et al. 2011). Todo ello avala la teoria Orch OR de Penrose-Hameroff (Hameroff, Stuart, 2020)
La teoría de Penrose-Hameroff de la "reducción objetiva orquestada" ("Orch OR") propone que la conciencia depende de cálculos cuánticos en estructuras llamadas microtúbulos dentro de las neuronas cerebrales, que ocurren concomitantemente con y apoyan computación sináptica a nivel neuronal.
Los microtúbulos son polímeros cilíndricos de la proteína alfa y beta tubulina envueltas de componentes principales del citoesqueleto celular que se autoensambla para configurar una arquitectura, computacional en constante remodelación y diferenciación.
Las redes de microtúbulos junto con los estados cambiantes de las tubulinas actúan como estados "bit”. Sabemos que las 108 tubulinas por neurona cambiando coherentemente en megahercios (106 Hz) dan potencialmente 1014 operaciones o bits por segundo en cada neurona.
Pero un mayor procesamiento de la información por sí solo no resuelve todos los problemas relacionados con la expresión de la conciencia en el cerebro.
Penrose Hameroff con su teoría Orch OR proponen que en realidad las tubulinas generan bits cuánticos, o "qubits" responsables de los cálculos cuánticos que conectan las funciones cerebrales conscientes con las más básicas nivel del universo.
Esto abre la puerta a que la conciencia no sea local y, en algunos casos, posiblemente sin ataduras al cuerpo y al cerebro.
La teoría Orch OR ha sido criticada desde su formulación en 1995, principalmente porque la tecnología actual sólo puede construir computaciones cuánticas en un frío extremo para que no se de la decoherencia.
Lógicamente, el cerebro opera a temperaturas biológicas cálidas. Pero en los últimos lustros, se ha demostrado la coherencia cuántica a temperatura cálida en las proteínas involucradas en la fotosíntesis, los canales iónicos y otras biomoléculas.
Así que el modelo Orch OR ratifica una simbiosis entre la biología cerebral cuántica como tecnología para la expresión de la conciencia. Y con esta teoría se pueden explicar fenómenos como las experiencias cercanas a la muerte (ECM).
La teoría Orch OR asume que la conciencia ocurre típicamente en el cerebro humano generando 40 Hz, es decir, 40 momentos conscientes por segundo, como se observa en la sincronía gamma de un encefalograma, y que se correspondería al mejor correlato medible de la conciencia.
Los monjes tibetanos alcanzan una sincronía gamma de 80 Hz durante la meditación (Lutz et al. 2004), presumiblemente un estado mejorado y alterado de la conciencia. Esta elevada sincronía, con el doble de eventos conscientes por segundo y de mayor intensidad que en la vigilia de una persona convencional, prueba que el entrenamiento mental involucra mecanismos integradores temporales capaces de inducir cambios neuronales a corto y largo plazo.
¿Podría la conciencia cambiar los niveles a frecuencias más altas y una mayor participación del cerebro en los estados de supraconciencia? Como rezaba una estrofa de la canción Everybody’s Got Something to Hide Except Me and My Monkey de los Beatles (Lennon y McCartney, 1968): "Cuanto más profundo vas, más alto vuelas, cuanto más alto vuelas, más profundo vas".
Así que se ha demostrado que en cualquier frecuencia, Orch OR la conciencia interactúa con el cerebro adaptada a la geometría del espacio-tiempo, localizada en los microtúbulos neuronales del cerebro, y cuya actividad es impulsada por los procesos metabólicos.
Cuando la sangre deja de fluir, la energía y el oxígeno se agota, entonces, los microtúbulos son inactivados o destruidos. Eso permite concebir que la información cuántica, que constituye la conciencia, podría cambiar a estados más profundos, a planos cuánticos existentes en la geometría del espacio-tiempo situados fuera del cerebro y distribuidos no localmente.
El movimiento de la conciencia a planos más profundos podría explicar las experiencias cercanas a la muerte, así como, posiblemente, un alma separada del cuerpo.
En nuestra experiencia consciente, no vemos superposiciones, en las que coexistan partículas como ondas y viceversa. Vemos objetos y partículas como cosas materiales en lugares específicos y estados concretos, pero sin que se superpongan. La física cuántica demuestra que es posible que se superpongan, pero que se debe en parte a una cuestión de escala.
La conciencia de alguna manera une los dominios macro/clásico y micro/cuántico, equivalente a la división sujeto-objeto. La conciencia existe precisamente en el borde entre la visión cuántica y la de la física clásica. Y esta es una visión totalmente coherente con las percepciones de las personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte.
Las dicotomías clásicas cuerpo/mente, espíritu/materia o ser/no-ser, son precisamente la manifestación de que somos parte de un ciclo infinito de existencia que se despliega en el espacio-tiempo y más allá como afirma el filósofo de la ciencia Ervin Laszlo (1932 -) en su libro La naturaleza de la realidad (2017).
>> Artículo basado en el capitulo 5 titulado The “Quantum Soul” A Scientific Hypothesis escrito por Stuart Hameroff & Deepak Chopra, en el libro Exploring frontiers of the mind-brain relationship (2012)