Las abejas y el ser humano llevan muchos milenios de relación. Las abejas fueron exaltadas ya en pinturas rupestres de hace más de diez mil años. Los jeroglíficos egipcios nos muestran que la apicultura ya existía.
En esta dilatada relación algunos pueblos apreciaron en las abejas atributos espirituales, además de tratarse de seres proveedores de elixires y productos como la miel, el própolis, la cera, etc.
La abeja tomó un particular simbolismo como portadora de la supervivencia del alma después de la muerte. Una realidad que queda patente en algunas manifestaciones artísticas y tradiciones culturales.
Se especula que en el antiguo Egipto la abeja era un símbolo empleado por la nobleza. De la mitología egipcia se extrae que las abejas nacieron de las lágrimas de "Ra" Dios del Sol, las cuales al depositarse sobre el suelo se transformaron en abejas.
Algunos historiadores afirman que en la civilización egipcia hay indicios que las abejas eran representadas como símbolo del alma de los hombres. Lo cierto es que las imágenes de abejas muestran que en todo caso la apicultura estaba bien presente.
Las escenas cotidianas apícolas aparecen pintadas en el antiguo Egipto al igual que las transcripciones del uso de la miel en jeroglíficos. Existen ilustraciones preciosas de la actividad apícola en la época, como las encontradas en la tumba de Pabasa (TT279) de la necrópolis de El-Assisif (en el llamado Valle de los Nobles).
Sin embargo, también hay algunas de las representaciones de abejas que incitan a pensar que este animalillo pudiera ilustrar la supervivencia del alma después de la muerte. Los jeroglíficos esculpidos en el templo de Karnak, donde se muestran dos abejas acompañando el símbolo sagrado del Ankh, permiten especular sobre este simbolismo de la abeja como representación del alma humana.
En Creta la abeja era considerada como el símbolo de la vida que proviene de la muerte. La miel se utilizaba para embalsamar y preservar los cuerpos de los difuntos. Con la miel se fabricaba hidromiel o melíkratos, un licor embriagador que se bebía en los ritos extáticos que celebraban el regreso de la hija de la Diosa, como comienzo del nuevo año.
Dentro de Europa postromana también se han encontrado representaciones de abejas en las tumbas de las Galias, como las esculturitas de abejas en oro encontradas en la tumba del rey merovingio Childerico (437 - 481). Hay evidencias de que el símbolo de la abeja también era patrimonio metafísico de los druidas íberos y celtas.
En su obra mística, Bernardo de Claraval (1090-1153) monje y teólogo (conocido también por San Bernardo de Clairvaux) especifica que: "las abejas son imagen de las almas que saben y pueden elevarse con las alas de la contemplación, que se separan, por decirlo así, de sus cuerpos, igual que el industrioso insecto abandona su colmena para volar hasta el jardín de las celestiales voluptuosidades".
Posteriormente, encontramos la simbología de la abeja en varias de las escuelas esotéricas europeas. Y es que las abejas sirven a los miembros de la colmena antes de satisfacerse a sí misma.
El pensador austríaco, Rudolph Steiner (1861-1925), en 1923 presentó una serie de conferencias, y en una de ellas explica el significado de la abeja en relación con el hombre: “La conciencia de una colmena, no las abejas individuales, es de muy alta naturaleza".
Las abejas, aunque reverenciadas por casi todas las culturas antiguas, en la cultura celta este insecto adquiere también un carácter sagrado.
En todo el arco de la cultura celta, las abejas desarrollan un papel como mensajeras entre el mundo de los vivos y el de los muertos, capaces de comunicarse incluso con los dioses.
En las Islas Occidentales de Escocia se las considera las guardianas de la sabiduría druida y se cita un dicho popular:“pregúntale a la abeja salvaje qué sabía el druida”.
La abeja como representante del alma es el vehículo por el cual el alma salía del cuerpo. Curiosamente, la serie de TV Entre Fantasmas recrea esta simbología de forma ostentosa en la presentación de cada capítulo.
Los galeses decían que cuando moría alguien en la familia, uno de sus miembros lo tenía que comunicar a las abejas de la colmena más cercana antes del funeral.
En algunas zonas de Galicia y Asturias se mantiene la creencia que cuando alguien moría se reencarnaba en una abeja. Por este motivo se considera un animal sagrado que no hay que matar y a las que había que hablarles bien.
De hecho en Galicia se cita un relato sobre un rito fúnebre llamado “O abellón” que se realizó hasta los años treinta del siglo XX en los velatorios de algunas parroquias de las Rías Baixas. Alrededor del cadáver los partícipes se tomaban de la mano e iban dando vueltas imitando el zumbido de las abejas. (1)
En toda sociedad, la retirada de los cadáveres para darles un destino adecuado ha sido una tarea esencial. Entre las abejas se sabe que hay una clase de obreras que recorren la colmena en busca de compañeras muertas.
Un experimento etológico reciente ha mostrado que estas abejas funerarias son capaces de encontrar en la oscuridad de la colmena a sus difuntas en tan solo 30 minutos, antes de que sus cuerpos sin vida empiecen a despedir los olores típicos de la putrefacción.
El biólogo Wen Ping, del Jardín Botánico Tropical Xishuangbanna de la Academia China de Ciencias, se preguntó si podía existir algún tipo específico de molécula aromática que pudiera facilitar a las abejas funerarias a encontrar a sus compañeras de colmena muertas.
Se sabe que muchos insectos, entre ellos las hormigas y las abejas tienen su caparazón recubierto con compuestos llamados hidrocarburos cuticulares (CHC). Una sustancia que forma parte de la capa cerosa de sus cutículas (las partes brillantes de sus exoesqueletos) cuya función es evitar que estas se sequen.
Mientras los insectos están vivos, estas moléculas se liberan continuamente en el aire y se especula que pueden ser utilizadas para reconocer a los miembros de la colmena, ya que cada especie tiene un hidrocarburo cuticular propio.
Wen especuló que se liberaban menos feromonas al aire después de que una abeja moría y su temperatura corporal disminuía. En base a este supósito utilizó métodos químicos de detección de gases para probar esta hipótesis. Cuál fue su sorpresa que confirmó que las abejas muertas enfriadas emitían menos CHC volátiles que las abejas vivas.
Luego, este científico diseñó una serie de experimentos para ver si las abejas funerarias se estaban dando cuenta de este cambio. Para ello tomó cinco colmenas de abejas melíferas asiáticas (Apis cerana fabricius), una abeja de pequeño tamaño pero resistente.
Así que tomó cadáveres de estas abejas melíferas muertas y las calentó, a su vez colocó abejas muertas frías y otras de vivas en una colmena. Entonces comenzó a calentar los cadáveres de las abejas melíferas muertas.
El resultado fue que las abejas muertas frías y a temperatura ambiente en la colmena siempre eran retiradas por las obreras "funerarias" antes de media ahora.
Si tomaba el cadáver de una abeja y lo colocaba en una placa de Petri, la calentada a unos pocos grados centígrados, a menudo las funerarias tardaban varias horas en notar el cuerpo. Así que, presumiblemente, puede que eso se deba a que el cuerpo tibio de la abeja estaba liberando casi la misma cantidad de CHC que una abeja viva.
Para despejar cualquier duda, Wen lavó los CHC de las abejas muertas con hexano, una sustancia que disuelve ceras y aceites, los calentó a la temperatura de unas abejas vivas y colocó de nuevo los cadáveres en sus respectivas colmenas.
Entonces comprobó que las abejas funerarias entraban rápidamente en acción y eliminaban casi el 90% de las abejas muertas limpias y calientes en media hora.
Eso sugiere que no es la temperatura, sino la ausencia de emisiones de CHC lo que las abejas funerarias usan para diagnosticar la muerte en la colmena.
En definitiva, que una reducción de la temperatura y sobretodo una reducción de los hidrocarburos cuticulares hace que las abejas funerarias perciban con claridad el cuerpo de la abeja muerta y que deberán retirarse del interior de la colmena.
Algunos biólogos opinan que quizás no sea tan simple el proceso, ya que las abejas no sólo pueden "oler" con sus antenas sino también "saborear" con sus patas.
Lo interesante de este experimento, más allá de la simbología que pueda asociarse a la abeja, pone de manifiesto que este insecto social también desarrolla una actividad funeraria precisa para eliminar las abejas que perecen en la colmena.