El hombre y la muerte
El hombre y la muerte, obra escrita en 1948, por el filósofo y sociólogo francés, Edagar Morin (1921-). En ella, aborda, partiendo de la biología, la problemática antropológica de la muerte, las concepciones que de ella tuvo el hombre primitivo, sus cristalizaciones históricas y esta contemporánea “crisis de la muerte” que brillantemente relaciona con la crisis de la individualidad.
Morin ha materializado en esta obra uno de los objetivos científicos más brillantes: devolverle al hombre su unidad, acabar con todas las barreras que separan al "hombre-cultura" de la "vida-naturaleza", y a ésta, de la "física-química".
La muerte introduce la ruptura más radical y definitiva entre el hombre y el animal. Se puede decir que el hombre es el animal desde que entierra a sus muertos, siendo en ese momento cuando comienzan las creencias religiosas: el otro mundo.
La magia, la brujería, el espiritismo, los chamanes, las creencias en la otra vida, en la resurrección, en la inmortalidad, nacen del intento humano de resolver el problema de la muerte.
Con una prosa ágil y sorprendente Morin aborda, partiendo de la biología, la problemática antropológica de la muerte, las concepciones que de ella tuvo el hombre primitivo, sus cristalizaciones históricas y esta contemporánea "crisis de la muerte", que relaciona con la crisis de la individualidad; es decir, mediante un sistema abierto, interdisciplinario, se ocupa de las cuestiones antropológicas, históricas, sociológicas, psicológicas, filosóficas y políticas.
Advierte que entre los seres humanos hay un ejercicio inmemorial que ha dado lugar a toda una variedad de ritos, y estos a su vez se han manifestado en campos tan diversos como la literatura, la pintura, la arquitectura y por supuesto la medicina.
La pretensión de ostentar un cuerpo humano de manera indeterminada, usualmente a partir de la idea de prosperar más allá del momento en el que perdemos contacto con todo aquello que conocemos y que, sumariamente, nos ha dado la idea de existencia y de vida.
La construcción de tumbas y espacios designados para la conservación del cadáver son ese primer intento, y sorprendentemente han sido el más prevalente para retener la imagen del cuerpo ideal y, a su vez, alejar la imagen del cuerpo físico que entra en descomposición y horroriza a quienes sobreviven al difunto. De ahí también el embalsamamiento, con productos altamente tóxicos (1) que todavía se practica a día de hoy para "embellecer" el cadáver.
Según Morin, estas tumbas primitivas cumplían particularmente bien la misión de ocultar la muerte como concepto, debido a que no daban pie a la visión de la transformación del cadáver, permitiendo así prolongar la idea de que este ‘seguía ahí’. La idea era que el cuerpo fuera tomado por la tierra o devorado por el ataúd que lo retenía (de ahí el término ‘sarcófago’, devorador de cadáveres).
Esta desaparición del cadáver supone un nuevo nivel de realización de la inmortalidad. La idea de que la existencia continúe de manera lineal supone un gran alivio a quienes padecen del horror de la muerte, anteriormente descrito por la ocultación del cadáver durante el proceso más gráfico y chocante al que puede dar lugar, la descomposición y putrefacción.
Siendo el horror a la muerte y su aversión natural el coadyuvante principal para lograr alternativas de inmortalidad, es válido destacar su papel dentro de los nichos sociales. El horror a la muerte permite alcanzar las primeras y más frágiles sensibilidades en torno a la vida, y le dan un sentido muy especial a éstas, desarrollando elaboradas reflexiones en el proceso.
Así, la niñez es especialmente resguardada de la noción de lo mortuorio y lo fúnebre, a pesar de que más pronto que tarde tendrán que contactar ese universo y considerarlo como propio, así como empezar a adscribirse a la búsqueda de la inmortalidad.
El libro de Morin, explora esta relación entre lo humano y lo ausente, intentando explicar a través de ella cómo hemos desarrollado rituales que nos permitan sentirnos más a resguardo del inexorable destino que a todos nos aguarda. Sirva este párrafo del inicio del último capítulo del libro para poner de manifiesto el gran valor intelectual de esta obra para reflexionar sobre la muerte.
"Así pues, desde sus orígenes, el hombre alimenta a la muerte con sus riquezas y sus aspiraciones. Y la muerte buitre de Prometeo, roe sin descanso estas riquezas y estas aspiraciones. En ella fermenta lo que en el hombre hay que más conquistador - es decir esa voluntad testaruda, frenética, de dominarla domesticando la naturaleza, de universalizarla universalizándose en la naturaleza - y al mismo tiempo lo que tiene de más regresivo, la aberración fantástica, el terror enfermizo. La propia angustia de la muerte es progresiva.regresiva, dado que conduce a esta aberración y a este horror al mismo tiempo que mira por la conservación de aquel estremecimiento del que Goethe decía era lo mejor del hombre."
Existe una copia para ser descargada de la versión de 1970.