En busca de la inmortalidad
En busca de la inmortalidad. Radiografía de un sueño, se adentra en esta ocasión en el anhelo universal por antonomasia para desgranar su reflejo en los campos más diversos del conocimiento e indagar en sus múltiples implicaciones.
El sueño de la inmortalidad vertebra las sociedades humanas desde que existen como tales. En nuestros días, la inmortalidad científica se imagina desde campos tan dispares como la neurología, la cibernética (especialmente desde la inteligencia artificial), la medicina, la farmacología, la física teórica y la física aplicada, esta última en áreas como la nanorrobótica o la crionización.
Algunos expertos auguran que en entre el 2050 y finales de siglo, la mayor parte de lo que habrá en nuestros cerebros no será biológico. Así que, en última instancia, nuestros cerebros serán como los ordenadores actuales, solo que mucho más potentes.
Javier Mina nos adentra con sus observaciones agudas, erudición sin pedantería y buen gusto literario en un tema no exento de polémica. Todo el mundo querría ser inmortal, pero de ser así ya no habríamos nacido para leer su obra, pues el planeta estaría repleto de humanos. A pesar de ello seguimos imaginando un futuro eterno con nuestra presencia física.
La espiritualidad en el ser humano es precisamente esta aproximación a la vida eterna vista desde la lógica que aquello que es eterno es nuestra esencia más que nuestro cuerpo físico en una existencia temporal.
La idea de inmortalidad física surge como un acto de rebeldía frente a la certeza de la duración limitada. Así lo expresa ya El poema de Gilgamesh, considerado el primer texto literario de la humanidad (de hace unos 2500 a 2000 aC) y este es el motivo de fondo de la película Blade Runner (1982).
Visiones sobre el morir
A lo largo de la historia, el Homo sapiens ha imaginado básicamente tres destinos para el ser que muere:
a) reencarnarse en otro ser viviente,
b) perdurar, ya sea dentro de un pozo infecto donde prácticamente no es nada más que una sombra que alienta -fue la opción mesopotámica que adoptaría prácticamente todo el arco mediterráneo, incluidos los griegos primitivos-, o bien un lugar amable donde se disfruta, ya sea de una vida similar a la terrestre, aunque sin sufrir nunca, o bien de una vida trascendida espiritualmente, como predicará el cristianismo, y
c) desintegrarse: con la muerte el individuo desaparece para siempre; se trata de una alternativa que comparten ciertos credos hindúes muy antiguos -el ser se reintegraría a un monto energético universal- y el ateísmo.
Hay, sin embargo, una inmortalidad de más fácil acceso, aunque de peor disfrute, porque el sujeto la recibe en dosis homeopáticas. Se trata de la inmortalidad vicaria, la procurada por elementos como la estirpe o la fama, en su vertiente individual, o la que se consigue colectivamente a través de construcciones como la nación y sus derivados.
Bien es cierto, que mientras el tren que pasa por esas distintas estaciones permanece, el viajero ha de apearse de él pronto o tarde, lo que no quita para que aspirar a la gloria eterna, mediante la adquisición de notoriedad o dejando una nutrida prole, constituya un potente lenitivo, como muestra la segunda parte del libro.
Un libro para personas amantes de la cultura, y es que con su contagiosa erudición, el autor, Javier Mina (conocido por otros ensayos reputados como Montaigne y la bola del mundo, El dilema de Proust o Libros para la guerra) es reconocido por su proverbial facilidad.
Gracias a esta capacidad de seducción literaria le permite acercar al lector los conceptos más intrincados, el resultado es un libro que revela conclusiones sorprendentes e invita a la reflexión.
Una lectura aderezada de numerosas observaciones poco convencionales sobre un tema que sirve a la sabiduría, al conocimiento del hombre, pero también a la más amena distracción culta.*
*Reseña a base de extractos del prólogo del libro.