Semper dolens, Historia del Suicidio en Occidente es un recorrido pormenorizado por cómo se ha entendido, juzgado y ejercido la «muerte voluntaria» en nuestra cultura desde una posición erudita. Un ensayo amplio que no aborda los motivos para quitarse la vida, sino la reacción de las diferentes sociedades ante el fenómeno y las reflexiones que los filósofos han hecho.
El suicida ha sido primero un delincuente, después un pecador y, ahora, un enfermo mental. ¿Por qué tantas etiquetas condenatorias y tan reduccionistas?. El suicidio asusta más al que no lo hace, que a quién realiza el acto. Según el autor, somos libres, pero también vulnerables, somos seres dolientes, humanos.
Ramón Andrés se lo cuestiona en su ensayo en el que esboza una reflexión: el suicida ejerce su humanidad libre y doliente para apartarse del mundo por voluntad propia. Su actitud nos recuerda que vivir no es obligatorio, y que el mundo puede derrotarte y no saber como encajar en él.
La muerte voluntaria forma parte de la condición humana
De hecho el término suicida es relativamente nuevo y no se acuña hasta el siglo XVII pues antes era considerado simplemente como muerte voluntaria y sin etiqueta condenatoria como el término empleado todavía en la actualidad.
La medicina alopática sostiene que el 90% de los suicidas padecen una patología mental, pero el filósofo y psiquiatra Karl Jaspers (1883-1969) afirma que en realidad es sólo un tercio de ellos.
Este capitalismo desenfrenado en el que vivimos es un maestro en inocular el miedo. Lo hace con eslóganes como "No tienes futuro" y, por supuesto, esto ha coaccionado a la población. Además procedemos ideológicamente del siglo XVIII, que tuvo como meta abolir el dolor. Por eso sentimos esta necesidad de querer controlarlo todo, de buscar la seguridad.
Sin ir más lejos, hacemos las guerras fuera para ver la muerte muy lejos. Así es como en Occidente nos sentimos tan seguros. A finales del siglo XVIII los cementerios se construían al otro lado de las murallas no sólo por higiene, sino para ocultar la muerte.
Desde entonces, hemos querido arrinconar lo que para nosotros supone un límite. Esto ha motivado una mentalidad muy neurótica, que se suma a lo neuróticos somos por naturaleza. Cuando hablamos de suicidio hablamos de la intolerancia a la muerte, de no poder asumir que algún día vamos a desaparecer.
Esto nos genera miedo. Lo que mueve a la humanidad es el miedo al vacío, a la nada. La nuestra es una civilización que se ha dedicado a fabricar de todo para llenar ese vacío, se ha dedicado a hacernos consumidores crónicos. La muerte voluntaria es pues una opción, no una enfermedad.