No quiero perderte nunca
María Ribera, Aida Oset, Carla Torres, Montse Ribas
Malena y Paula se acaban de trasladar a la casa de campo en la que vivían los padres de Paula. Una mañana recibe la noticia que su madre se ha escapado del geriátrico donde estaba. Malena se va a trabajar y Paula se queda sola, hasta que recibe una visita inesperada.
Su madre ha entrado en la casa pero ella no la encuentra, en una casa habitada de recuerdos cada vez más borrosos e imprecisos. Paula no acepta la muerte de su madre y se perderá buscando a su madre en el laberinto de su mente. Tendrá que ser Malena quien la ayude a salir del trance, como se fuera una medium intentando expulsar sus fantasmas interiores.
No quiero perderte nunca parte de una premisa básica: vivir en primera persona la desubicación, la pérdida de memoria y varios de los síntomas propios de la demencia senil. Paula vivirá algo similar a lo que su madre ha vivido en el crepúsculo de su vida.
La protagonista buscará re-encontrar a la madre que la vejez y la enfermedad le arrebataron. Pero tendrá que enfrentarse a todo lo que ha borrado a esa madre que ella conserva en su recuerdo. Paula se pierde en el laberinto de su memoria y ahí se queda atrapada, en una pesadilla que la condena a repasar los momentos más traumáticos de su historia privada. Paula vivirá un duro, aterrador y emocionante viaje de aceptación y reconciliación con la vejez y la muerte.
Catarsis a través del miedo
No quiero perderte nunca busca la catarsis a través del miedo. Un miedo esencial y primario. Una catarsis. por definición. es una descarga emocional que surge a partir de la compasión y el miedo.
Los filósofos griegos consideraron que el alma humana se purifica a partir de estas pasiones: la compasión y el miedo que mueven el espíritu, generando un remolino de sensaciones.
La película transmite que en muchas ocasiones hay que cerrar una puerta para salir hacia adelante, por mucho que nos duela dejar el espacio vivido.