Vortex
Dario Argento, Françoise Lebrun, Alex Lutz, Kylian Dheret, Kamel Benchemekh, Joël Clabault
Vortex cuenta la historia de una pareja de ancianos de la generación de Mayo del 68 en un apartamento de París. Mientras ella, una ex psiquiatra se enfrenta a una demencia progresiva, él es una persona de corazón artístico, pero que ha sufrido un ataque cardíaco. Sin embargo, trata de cuidarla aunque debe lidiar con su propia salud en declive fisiológico. Su hijo intenta hacer lo mejor que puede a pesar de sus importantes problemas personales.
En este caso, al igual que con Amor (2012) de Michael Haneke, el cineasta examina cómo el amor se sobrepone y se enfrenta al gran punto final de la vida o como a los recuerdos perdidos como en Fresas salvajes (1957) de Ingmar Bergman nos apegan a una vida cuyo sentido puede ser discutible.
El director, Gaspar Noé (1963-), argentino afincado en Francia, emplea en esta película un recurso formal poco convencional con una pantalla dividida para representar esta lucha al final de la vida. Una pantalla dividida con dos cámaras en juego que simboliza la división entre el corazón enfermo del hombre y la mente perdida de ella.
Un doble encuadre fílmico, nada sencillo de seguir en algún momento, pero en el que cada actor ocupa su propio punto de vista en un espacio propio separado por una línea negra en el medio.
Al principio, el espectador aprecia que el personaje masculino es más autosuficiente, capaz de seguir adelante y absorto en una de sus obras: un libro ambicioso sobre la relación entre el cine y el inconsciente.
En cambio, el personaje femenino como ex-psiquiatra y analista, se enfrenta de una forma más dramática a la ironía de deambular con una mente en absoluta demencia y de recuerdos olvidados.
El hijo, que si tiene nombre, Stéphane, con graves problemas personales les propone que se muden a una residencia. No se trata de una táctica para encerrarlos o librarse de sus responsabilidades, sino asumir que sus padre precisan ayuda.
Sin embargo, los viejos se niegan a abandonar un hogar repleto de recuerdos, libros, enseres, arte, etc. Un hogar a rebosar de objetos que simbolizan también los apegos que han ido acumulando con la edad.
En el inicio, la pareja toma un desayuno en la terraza y las palabras que intercambian son bien evidentes: "La vida es un sueño, ¿no?", - "Sí, un sueño dentro de un sueño".
Una película descarnada sobre el envejecimiento
El principio de la película reza: “dedicada a todos aquellos a los que se les pudre el cerebro antes que el corazón”.
A partir de este momento de forma lenta y gradual, casi como si el tiempo no existiera mientras pasan los fotogramas, seguimos cada paso cotidiano de la pareja de ancianos.
La demencia senil, se hace explícita de forma cruda e incluso cruel, sin rodeos, ofreciendo la degeneración vital, repentina o paulatina sin titubeos.
Por supuesto, lo remata el sufrimiento agónico que lleva a los protagonistas de camino al tránsito liberador de la muerte.
A la liberación que les evita tener que decidir de no abandonar nada de lo vivido. A la liberación de la soledad a la que están condenados por sus deficiencias e incapacidad para autogestionarse. A la liberación del propio laberinto en el que se ha convertido el hogar.
La inexistencia antes de la muerte
Vortex es el torbellino que engulle al final de la existencia, un vórtice de inexistencia que aparece justo antes de morir. Un remolino que sumerge al espectador en el seguimiento de la cotidianidad, pero cuyos giros imprevisibles rompen incertidumbre de lo diario y conocido.
No es una película para mirar sin más, pues la lentitud y los escasos diálogos, que no anodinos, pueden exasperar al espectador que busque pasar fotogramas trepidantes. Algo parecido sucede con El teléfono del viento, aunque la temática sea otra.
Este largometraje de cerca de dos horas y media sobre la etapa final de la vida, el envejecimiento, la inexistencia vital y la muerte inevitable es sin duda una pequeña obra de arte cinematográfica.
Vortex, parece una exposición onírica dentro de una narración de pesadilla, que contempla la muerte e, igualmente, desafía a la audiencia a mirar a los ojos de la muerte.
Una película que desafía a la mente del espectador, pero cuando uno consigue estar dentro atrapa al corazón y es imposible de escapar hasta que la muerte cierra el torbellino desatado a lo largo del metraje.
Gaspar Noé, teje este film tras la muerte de su madre precisamente afectada de Alzheimer, pero también después de haber vivido una experiencia cercana a la muerte debido a una hemorragia cerebral.
Sin duda, Gaspar Noé (Enter the Void, Climax, e Irreversible entre otros títulos de su filmografía) ofrece en Vortex lo mejor de su carrera, en una película que combina la compasión y la ternura y que, por supuesto, no sacrifica nada de la emoción visual.