El duelo nos puede llevar a través de un paisaje interior que nunca hemos conocido, un paisaje que nunca hubiéramos deseado conocer; un paisaje en el que el ser perdido queda sustituido por una sensación de vacío.
Cuando perdemos a una persona amada, el dolor, y la pena nos atraviesa como una espada que perforase nuestro ser. El sistema nervioso queda bloqueado, el nudo en la garganta o en el estómago se convierten en algo permanente.
La psicología nos dará pistas sobre cómo puede evolucionar el estado del duelo. Puede que el llanto sea lo único que puede desbloquear esta constricción que aplasta el ser del doliente.
Esta sensación paralizante, es también el bálsamo donde cultivar la compasión y el amor necesario para abrirnos a la realidad vital que deja la pérdida.
El duelo es una realidad un eclipse en nuestra capacidad para amar. Por eso nos brinda un nueva oportunidad para adentrarnos a poner luz en el amor recibido por la persona querida de una más lúcida, viviendo lo cotidiano desde el presente, del aquí y ahora.
La muerte de alguien, en especial de una persona amada, es lo más difícil a lo que el ser humano se enfrenta. En la pérdida, sin embargo, se esconde la perla que convierte nuestra vida en un tesoro.
Amar no es temer por la muerte de un ser querido. Por eso la mayoría de las personas cuando muere un ser querido pierden "el amor" y pasan a sufrir.
El sufrimiento se activa cada vez que piensan con esa persona. Eso es lo que en psicología se llama duelo. Pero no es un duelo por la muerte de esa persona, sino un duelo por la incapacidad de abrirse a la vida.
Abrirse a la vida que esa persona compartió y que toma su sentido pleno cuando dejó su cuerpo. Nuestra sociedad no invoca a la vida desde esta apertura.
El no aceptar la pérdida de un ser querido es el ego que no acepta asumir lo compartido. Por eso en la pérdida se esconde la perla: el tesoro que nos deja la muerte del ser querido.
El duelo es el tesoro para apreciar la esencia personal alimentada por el amor y el momento presente con toda su intensidad. El duelo por la pérdida lo hace aflorar y esta perla es la que hay que cultivar.
La clave está en no fingir la pena, sino en dejar que el corazón asuma que tras el desgarro de la pérdida se abre la luz que nos legó el ser querido
Las lágrimas vertidas pueden alimentar el grano de arena que nos roza el sentir, y que nos permite convertir el grano en perla. Pero la perla existe en el momento en que la colocamos a plena luz para lucirla en nuestro ser.
El duelo es el camino a través de un paisaje desconocido porqué desde que nacemos la sensación del ser humano es la de la compañía.
El duelo es el proceso que hacemos para integrar una pérdida. Habitualmente, nos referimos a la pérdida de un ser querido, pero pueden ser propiedades, entornos, etc..
Es una experiencia vital universal que experimentan todas las personas, de forma única, personal e íntima.
La muerte, natural, pero rechazada socialmente, es una de las situaciones que crea el vacío sin el cual la persona no puede rellenar de nuevo su vida.
El duelo es la escalera que nos permite trepar desde el pozo en el que nos sume la muerte y que nos recuerda "nuestra provisionalidad".
El duelo lo hacemos en relación e interacción con el mundo y la gente que nos rodea. Compartir el duelo con otras personas en situaciones parecidas contribuye a cuidar nuestra salud emocional, física y social
Cada escalón a través de las fases del duelo nos permite descubrir la amplitud completa de nuestra humanidad.
Al duelo sólo hay que dejarlo expresar, es decir, no arrepentirse del fondo oscuro en el que nos sume sino en convertir el dolor en la fuerza para subir escalón a escalón.
Cuando dejamos de luchar con él, y le permitimos expresarse, nos abre a nuevos horizontes que ni podríamos imaginar. Nos abre el corazón, nuestro verdadero maestro interior y permite que nuestros pensamientos no sean nuestros dueños que es lo habitual en nuestra cotidianidad.
La pérdida de un ser querido nos abre pues a la verdadera naturaleza de nuestro corazón y a sus cualidades esenciales: amar.
En el corazón no hay contradicción entre el dolor intenso por la pérdida y el amor por la vida.
La contradicción es puramente una ilusión de la mente que es incapaz de aceptar que su lugar es dejar brillar la luz que la pérdida abre en el corazón y no de someterlo como habitualmente hace en la vida de todos los seres humanos.
La pérdida y con ella el camino del duelo para aquellos seres humanos que pueden vivirlo antes de la senectud, les permite abrir una nueva consciencia y comprensión de la vida como expresión del amor.
Esto está perfectamente expresado en las personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte (ver el libro "Morir para ser yo", por citar uno de los muchos testimonios que hay disponibles)
La liberación empieza pues cuando dejamos que este dolor profundo, esta oscuridad que se ha cernido sobre nuestro corazón deja paso a la luz.
Es entonces cuando el duelo puede acompañarnos mientras merced a este vamos descubriendo la eternidad no física y de amor que llevamos dentro.
En la oscuridad se nos muestran las estrellas del firmamento y estas nos permiten viajar gracias al mapa celeste. Algo que en el resplandor diurno no podemos observar.
En este viaje nocturno de nuestro corazón descubrimos el nuevo mundo donde germina el amor con más intensidad y conciencia.
Afrontar los miedos de la muerte, de lo desconocido es la llave para encontrar el camino hacia una nueva aurora más luminosa.
Esta reflexión sencilla e inicial es para invitarte a buscar entre nuestra selección de libros aquellos que hemos recopilado sobre los muchos que existen de la temática del duelo.
A veces, las nuevas pérdidas son el detonante de las antiguas. Y suele ocurrir que no sentimos la pérdida hasta más tarde en la vida, cuando sufrimos una nueva pérdida.
La psiquiatra Elisabeth Kübler Ross (1926 – 2004), precursora en definir lo que denominó las fases del duelo afirmaba que “no podemos escapar del pasado. El sufrimiento del pasado suele quedar en suspenso hasta que estamos preparados para descubrirlo".
Hay un bello ejemplo de ello en uno de los pasajes de una pequeña joya de la literatura nipona, El gato que venía del cielo de Takashi Hiraide (Alfaguara, 2014): “La ausencia del gato transformó el jardín en un paisaje sin alma. Me sorprendió constatar cómo la mirada es capaz de engalanar con colores un lugar o, por el contrario, despojarlo de ellos...
...Poco a poco, Chibi empezó a formar parte de nuestra rutina diaria, de igual manera que una pequeña corriente de agua brota de un manantial, empapa el suelo y perfila una inclinación imperceptible en el terreno”.
Una visión llena de simbolismo sobre el duelo la ofrece el cortometraje Farewell (2016) realizado por alumnos de la ESMA (École Supérieure des Métiers Artistiques), en el cual se nos relata los sentimientos de una mujer que se enfrenta al duelo doloroso de perder el bebé que estaba esperando.
Farewell es una metáfora sobre este momento en que la aceptación nos permite soltar el dolor para abrazar nuevamente la vida, cómo si nos despojáramos de unos ropajes inservibles y acogiéramos la limpieza del cuerpo y con ella abrazar nuevas sensaciones vitales.
La mujer protagonista no se niega el dolor, sino que utiliza este sentimiento para convertir su tristeza en creatividad para hacer surgir vida, esperanza y color. Es gracias a esta tristeza profunda que la mente debe buscar un nuevo anclaje para seguir. Farewell es también un paseo por las etapas del duelo.
El interés de este corto es que trata sobre la pérdida perinatal (basta una cuna vacía para comprenderlo) y plasma con toda su crudeza el dolor más insoportable inherente a la muerte prematura.
Sus directores, abordaron explicar el dolor que causa el duelo con una metáfora preciosa: un pequeño pájaro que aparece en la vida de esta mujer desesperada.
Este corto no tiene nada que ver con el largometraje del mismo título The Farewell (2019).