Uno de los gestos más sencillos frente a un ser querido en estado terminal es el contacto con sus manos. La atención cariñosa en el final de la vida nos ha sido arrebatada por el Nuevo Orden Mundial. Por eso hay que valorar morir en casa en lugar de un hospital.
Y es que cuando el cuerpo está casi sin energía para hablar o mirar, las manos recogen y dan los últimos sentimientos. A veces desde la inmovilidad, pero todavía con la vida expresándose.
Las manos son un milagro que nos hace humanos. Por eso el Nuevo Orden Mundial impone no estrechar las manos ni darse abrazos ni tampoco besos.
Con las manos, acogemos y damos, y con ellas generamos una red de conexiones neuronales que crean un campo de emisión electromagnética particular. Cuando abrazamos, no sólo empleamos los brazos y las manos, sino que con estos compartimos el campo electromagnético corporal.
En este campo electromagnético que rodea al ser humano hay energía. Esta fue descubierta por el científico Elmer Green (1917-2017) en un experimento conocido como Copper wall Project, en el que medía descargas eléctricas de unas decenas de voltios, a pesar de que los potenciales biológicos (movimientos musculares, actividad cardíaca, etc.) normales son del orden de los milivoltios.
Sobre este campo electromagnético del cuerpo humano también se superponen ondas de energía de alta frecuencia en forma de pensamientos, intenciones o sentimientos.
En las manos, más allá de su calidez, se conserva energía sutil que puede tener incluso efectos terapéuticos. Y es que el lenguaje verbal está sincronizado con el de las manos en nuestro cerebro.
Cuando nuestra cuerpo está definitivamente debilitado por la enfermedad, las manos conservan la robustez del acto amoroso y su energía puede ser sanadora o tranquilizadora.
En los hospitales esta atención cariñosa del poder terapéutico y amoroso de las manos ha desparecido ante el miedo por el coronavirus.
El miedo, sin fundamento, pero agitado hábilmente por los medios de comunicación, ha sellado la prohibición de todo contacto humano en los últimos días de un ser querido.
En la llamada nueva normalidad, argumentada con un virus del grupo de la gripe no más mortífero que esta, se ha liquidado el cariño corporal y especialmente el poder amoroso de las manos. Así que en la atención de los últimos días (especialmente en residencias geriátricas y hospitales) ha desaparecido el contacto del calor y amor de las manos.
El cantante de soul norteamericano William Harrison Withers, Jr. (1938-2020), más conocido como Bill Withers, fue un músico famoso en las décadas setenta y ochenta.
Este artista nos lega algunas canciones que forman parte de nuestra cultura. Entre las más reconocidas podríamos recordar "Lean on Me", "Ain't No Sunshine", "Just the Two of Us", y "Grandma's Hands"
En una de las grabaciones este campechano cantautor explica que Grandma's Hands retrata el hecho de haber sido criado por "una anciana agradable que usó unas manos nudosas y preciosas que hicieron de mi vida algo un poco más agradable".
Esta canción de los años setenta ensalza el trabajo de las manos, de todo aquello que las manos de su abuela le aportaron, y la nostalgia por los gestos de cariño que recibió de aquellas manos queridas.
"Las manos de la abuela solían darme un caramelo / Las manos de la abuela me levantaban cada vez que me caía / Las manos de la abuela, chico, realmente fueron útiles / Ella decía: "Mattie, no azotes a ese chico / ¿Por qué quieres azotarlo? / No dejó caer ningún corazón de manzana " / Pero ya no tengo abuela / Si llego al cielo buscaré / Las manos de la abuela".
Cuántos veces en el lecho de muerte de un ser querido, el contacto entre su mano y la nuestra se convierte en un acto de profundo amor.
La prohibición del contacto con las manos de las personas que amamos es un pérdida irreparable en nuestra humanidad, un crimen contra lesa humanidad.
Prescindir de este gesto, especialmente, en la despedida de un ser querido nos pone en jaque frente a la necesidad de perder el miedo a la muerte.
La atención cariñosa en el final de la vida no puede ser arrebatada por una posibilidad de contagio habiendo medicinas para curarse del coronavirus.
Muchas personas que han sobrevivido a la plandemia, lo único que han anhelado es precisamente el contacto del abrazo, el calor de la unión entre manos queridas.
La medicina tecnológica que se aloja en los hospitales y centros sanitarios nos ha arrebatado el poder convivir con nuestros seres queridos en sus días finales.
En estos momentos nos queda este verso final de la canción de Withers "Si llego al cielo buscaré las manos de la abuela".
El poder del contacto humano forma parte de nuestra esencia como especie, por eso la deshumanización impuesta por las normas del nuevo orden mundial ha prohibido el contacto y la proximidad.
Esta nueva situación política hace recomendable no ir al hospital en estado terminal y solicitar los cuidados paliativos en casa tras la defunción hacer la vela del difunto en casa.