En el momento de nacer, el ser naciente pasa (de forma natural) por un "túnel", el conducto vaginal, por el que sale a la luz de la vida terrenal (cuya evolución vital es desconocida).
En el momento de morir, el ser en tránsito tiene frente a si (según miles de testimonios) otro túnel al final del cual hay una luz por la que el Ser entra en una nueva dimensión (que es un misterio).
Frente a estas realidades, la intervención médica tanto en el parto como en el momento de morir supone una alteración de la biología humana con consecuencias impredecibles.
Hay que reivindicar y tomar consciencia que nuestra biología está preparada para ambos procesos naturales. Habría que erradicar el ensañamiento terapéutico en estos momentos sagrados de entrada y salida a la Vida.
En los años ochenta, casi el 100 % de los seres humanos en España nacían en un hospital. En el 2020 a penas un 16 % lo hace en casa con asistencia. El número de cesáreas (intervención quirúrgica) en España ronda el 25%. (1)
Resulta que el embarazo y parir se trata como si fuera una enfermedad que hay que controlar y extirpar si es el caso.
Se puede argumentar que estas intervenciones quirúrgicas ha salvado muchas vidas, pero también causa cada vez más frustraciones y depresiones.
Los avances científicos deberían haber servido para empoderar la esencia femenina con consciencia y facilitar lo instintivo. Lamentablemente, se ha externalizado algo que cada mujer debería poder decidir.
La muerte ha seguido unas estadísticas parecidas, en los ochenta el 60 % ya no moría en casa. En el 2020, la muerte ya está medicaliza hasta el último aliento en más de un 80 %. Sin embargo, cada vez más personas rechazan morir fuera del domicilio habitual.
Morir no duele, pero la medicalización a la que se somete el final de vida puede provocar sufrimiento y, sin duda, le quita consciencia a un proceso biológico de gran valor.
En nombre de la seguridad de las mujeres embarazadas el parto se ha medicalizado hasta erradicar la capacidad que tiene toda humana de dar a la luz. El nacimiento no es una enfermedad.
Aunque en esculturas ancestrales nos mostraban la posición natural de parir, a día de hoy mayoritariamente se hace en una posición inadecuada.
No entraremos más en el tema, hay estudios y experiencias suficientes (2) (3) (4) e incluso algunos documentales, por citar unos pocos, como El primer grito (2007), Partos Naturales (2013), Loba (2015) o Cuerdas (2018).
Cómo síntesis, es necesario recordar a la escritora y matrona, Consuelo Ruiz Vélez-Frías (1914-2005): "El dolor ha sido creado e institucionalizado por la ignorancia, y se mantiene porque constituye un formidable instrumento de poder.
Los enemigos del parto son cuatro: la ignorancia, el miedo, el dolor y la impaciencia. Nunca antes se consideró el parto como una enfermedad.
Quisiera que los obstetras del siglo XXI probaran a ver si la mujer sana e informada es capaz de parir con la misma tranquilidad y eficacia que ejecuta las demás funciones fisiológicas. Por probar, nada se pierde.
La mujer del siglo XXI, a la que tanto se le consiente en otros terrenos, merece que se le deje parir, que se le consienta cumplir una función normal porque la creo verdaderamente capaz de ello.
No se trata de volver a tiempos pasados, ya lejanos. Ahora la mujer sabe hacer muchas cosas para las que no se la creía capacitada; en el tiempo actual, la mujer debe saber parir, como sabe hacer la digestión, sin ayudas.
No se trata más que de tener paciencia y confianza en que la naturaleza es capaz de cumplir su cometido sin necesidad de ser reemplazada. ”
El momento de nacer es un acto íntimo entre la pareja y el ser que nace. La violencia obstétrica que se inflige en nombre de la "seguridad" debería ser un delito y constituye una discriminación de género además de una violación de los derechos humanos.
La sabiduría ancestral y biológica para el nacer se ha despreciado hasta ahora. La medicalización se argumenta en buena parte alentando el miedo a la muerte perinatal (que seguirá siendo una realidad, por más medicina que exista).
Mientras, se esconde y se desprecia que las mujeres, cuando conocen y se dejan llevar por su cuerpo, mayoritariamente saben parir saludablemente.
El proceso de morir, al igual que el del nacimiento, está biológicamente muy organizado. Mientras morimos, todo egoísmo y percepción centrada en el ego se desvanece, trayéndonos a otro estado de conciencia, a un registro diferente de sensibilidad y marcada por una elevada conexión espiritual.
Esta transformación explica por qué las cuestiones emocionales y espirituales se enfatizan durante el proceso de morir.
Interpretando el final de vida como un proceso espiritual es lo que ha empujado al acompañamiento espiritual en los cuidados paliativos.
Para la persona moribunda sus días finales son destinados a abandonar el miedo y la lucha por la confianza y la paz; la negación se derrite en la aceptación.
Al principio, la persona puede estar inquieta por los problemas familiares y por la necesidad de reconciliarse con su pasado. Pero gradualmente estas preocupaciones se desvanecen.
Morir es un proceso transformador. De hecho hay una paradoja que ha llevado a que algunas tradiciones celebren cuando muere una persona y se llore cuando se nace.
Por eso es fundamental que quiénes acompañan al final de vida comprendan estos procesos conscienciales. Algunas medicaciones pueden dificultar una buena transición para liberar las resistencias y abrirse a la propia paz y serenidad que caracterizan el tránsito final.
Asumir el control sobre el momento y el lugar de su propia muerte sin violencia y en casa, rodeados de los seres queridos, es lo que consideran un "buen morir".
Hoy, en general, se muere mal, se muere en hospitales, rodeados de máquinas y sin el cariño de los seres queridos.
En las sociedades occidentales se defiende la autonomía y la autodeterminación de la persona exaltadas en las respectivas Constituciones.
Sin embargo, en los momentos finales de sus vidas, cuando se trata del morir, hay discrepancias sobre el grado de autonomía y autodeterminación al que el individuo debe tener derecho.
La autonomía aplicada al morir está marcada por discrepancias entre si esta será cuando Dios lo determine o cuando el médico lo valore o cuando uno lo desee.
A menudo el final de la vida viene marcado por la enfermedad y el dolor, pero para paliar este último no es necesario encamarse en un hospital ya que existen los llamados cuidados paliativos en el domicilio.
Lamentablemente, una mala interpretación del final de vida ha propiciado el llamado ensañamiento terapéutico para alargar inútilmente la vida (de ahí la importancia del testamento vital) a toda costa de una persona a la que su cuerpo pide la paz final.
Desde tiempos remotos, las personas muy enfermas o muy ancianas optaron por despedirse de la vida ayunando, dejando de comer y disminuyendo el consumo de líquidos.
Pero, la ayuda a este proceso voluntario es prácticamente desconocido en nuestra sociedad. Así mismo, tampoco es habitual contar con la ayuda de una doula de la muerte que acompañe a este tránsito final.