Llevamos la muerte dentro de nuestro ser. Los expertos afirman que cada día mueren alrededor de 50 a 70 billones de células y otras tantas nacen (1) (2). Todo lo que empieza acaba. Y sin embargo, en este momento de la historia, consideramos a la muerte como enemiga, una enfermedad a la que vencer.
Esta negación de la muerte crea ansiedad, y nos aparta de la esencia de la Vida. Es cierto que tenemos máquinas para mantener artificialmente el latido de corazón y la respiración, pero cuando un cuerpo está en coma el Ser sigue teniendo conciencia de sí.
Es necesario impulsar un nuevo paradigma filosófico en el que la muerte y el morir forme parte de nuestra existencia; muere el cuerpo pero no la conciencia del Ser que somos.
Quizás este enfoque nos permitiría asumir la espiritualidad implícita en la Vida y que desde el siglo XVII en Occidente, se ha negado con el discurso mecanicista. Ciencia y espiritualidad son complementarias y en el ámbito de la muerte y el morir es más evidente todavía.
En el libro El arte de morir, se reúne una amplia y fundada documentación sobre el fenómeno de la muerte y el morir. Sus autores aportan las reflexiones surgidas del análisis de más de mil testimonios de personas moribundas (1), lo cual les ha permitido establecer como un "mapa", unas características universales que compartimos en el momento de morir.
Las investigaciones expuestas en esta obra nos muestran que la mortalidad nos hace iguales a todos los seres humanos. De sus testimonios han extraído el común denominador de las visiones de los moribundos, de los sueños premonitorios o clarividentes, de los contactos telepáticos, de las coincidencias sincrónicas que aparentemente no guardan relación, además de las experiencias que tienen algunos enfermos mientras están clínicamente muertos.
Así pues han establecido cuatro categorías fenomémicas comunes en las experiencias de los moribundos. La primera son las visiones en el lecho de muerte. La segunda, la sensación que están de camino a nueva realidad, un lugar lleno de amor, luz y compasión. La tercera, la percepción de que hay alguien que viene a buscarles, habitualmente, personas ya fallecidas con las que tenían un vínculo emocional fuerte. Finalmente, la cuarta, hace referencia a las visiones de luz alrededor de su cuerpo, emanaciones que en algunas ocasiones, incluso la persona que les acompañaba las ha percibido.
En su momento, Elisabeth Kübler-Ross (1926-2004) aporto lo que consideró eran las fases que se dan cuando nos anuncian que vamos a morir. Estas son aplicables a los duelos a los que debemos enfrentarnos: la negación, la ira, la negociación, la depresión y la aceptación.
En el ámbito del proceso final de morir, la suiza, Monika Renz (1961-), filósofa, terapeuta y experta en cuidados paliativos, en su libro Dying: A transition (2015), vuelca su experiencia con moribundos y propone el final de vida desde otra perspectiva.
Con posterioridad, Renz, en un artículo publicado en 2018 con otros expertos, argumentaba que en un 90 % de los moribundos, estos experimentan una realidad alternativa en la que cesa todo el egoísmo y la percepción basada en el ego. Además advertía que desarrollan una sensibilidad diferente y una dimensión alternativa de conexión espiritual.
Monika Renz describe cómo los pacientes pasan a través de un umbral interior en su estado de conciencia y eso les permite percibir el umbral (antes de la transición o pre-transición), de cruzarlo (la transición misma) y finalmente de transitarlo (post-transición).
En la fase de pre-transición, que tipifica entre 10 i 14 días antes de la muerte, ya hay una certeza o aceptación de que van a morir. Las respuestas emocionales van desde la ansiedad hasta personas que asumen con tranquilidad. En parte depende de los apegos a la vida terrenal.
La fase de transición se inicia unos dos o tres días antes de la muerte, en ella la ansiedad se convierte en calma y el paciente a menudo ya reduce su comunicación con el exterior. Este estado no suele durar más de un día. Y finalmente, la fase de post-transición, un día antes de morir, que califica de parecida a una experiencia cercana a la muerte (ECM).
En esta última fase, el moribundo es alguien que asume su consciencia plena como ser espiritual, quedando rodeada de amor, en un estado de no dualidad. Por ello advierte que los profesionales o seres queridos que acompañan en estos momentos, deben mostrar una extrema sensibilidad y respeto por el proceso de transformación que observan en la persona moribunda.
Las personas con amplias vivencias espirituales o incluso que han vivido una ECM, todo este proceso les resulta comprensible e incluso pacífico. Y es que en realidad, el proceso de morir no es muy diferente del proceso de vivir.
Hay una certeza científica, las visiones de los moribundos no tienen nada que ver con las alucinaciones provocadas por drogas o sustancias psicoactivas como demostró April Mazzarino-Willet en 2010. Las visiones que tienen los moribundos les producen calma, paz e incluso tranquilidad, pues a veces incluso se les revela el momento del tránsito.
Las visiones de los pacientes moribundos consisten, en general, en apariciones de seres allegados muertos (en forma de espíritus) que vienen a ayudarlos a atravesar el proceso de la muerte. El mensaje que reciben es de confianza y bienestar aunque también para despedirse, consolándolo. Estas “visiones” pueden ocurrir en vigilia o en sueños y en somnolencia, este estado entre el sueño y la vigilia.
También es cierto que algunos moribundos tienen miedo y se resisten, otros relatan que han podido negociar hasta la llegada de un ser querido que esté en camino. En las descripciones de estas visiones la forma para estos espíritus pueden ser familiares o amigos queridos ya muertos, ángeles o seres de luz.
Son apariciones que el moribundo percibe con claridad y algunas veces el acompañante incluso puede darse cuenta del momento. Ya sea por que el moribundo ha fijado su mirada hacia un lugar concreto de la estancia o porqué incluso han gesticulado o dialogado solos.
En algunos casos, los moribundos que han contado estas apariciones sorprende que el léxico utilizado es habitualmente el de que se van de viaje: "cuando me vaya" "cuando me recojan". En otros, en el que el paciente está totalmente imposibilitado, incluso para hablar, se han descrito actitudes tales como sonreír o relajarse.
Los cuidadores han recogido testimonios que en el final de vida, estas apariciones, tránsitos hacia otras realidades e incluso visiones fantásticas son independientes de las convicciones religiosas. Aunque a veces, estas pueden mezclarse con iconos tópicos de aquellas.
Es cierto que muchos moribundos se callan estas visiones, pero precisamente los estudios de Sue Brayne, Hillary Lovelace y Pete Fenwick (2008) reúnen suficientes testimonios para poder sistematizar los testimonios.
También es cierto que con los actuales protocolos de sedación para reducir el estrés y el dolor se interrumpe procesos naturales como los descritos.
Las emanaciones de luz en el momento de morir se describen en muchas tradiciones. También sabemos que las células en el momento de morir emiten luz ultradébil conocida como biofotones. Por tanto, no debe sorprendernos que en momentos en qué nuestra consciencia está en el tránsito amplifique su luz y que esta pueda incluso ser percibida (aunque no es lo habitual).
Algunos acompañantes de moribundos, pero también personas cercanas a un ser querido en proceso de morir, han tenido la visión o impresión de que les llegaba una percepción luminosa. Luego han sabido que la impresión se correspondía con el momento del traspaso del ser querido.
En otros testimonios, más que una luz describen una neblina saliendo del cuerpo o girando sobre su cuerpo. Evidentemente, advertir estas visiones luminosas en buena parte depende de la sensibilidad espiritual de la persona,
El momento de la muerte es un momento de transición no muy diferente a lo que sucede entre la vigilia y el sueño. Son estados en los que la mente discursiva racional se detiene y, al hacerlo, abre posibilidades ilimitadas a otro tipo de experiencias.
Los sucesos que se observan en el final de vida no siempre son fáciles de comprender. Se cita de muchos pacientes que en el último momento han tenido un despertar, una lucidez terminal que les ha permitido una consciencia lúcida para poderse despedir o dar algún mensaje. Esto se ha observado incluso en personas que yacían inconscientes y justo antes de morir han sido capaces de reconocer, o incluso despedirse.
Los científicos todavía no saben como pueden darse estos fenómenos, ya que a menudo la actividad cerebral es prácticamente inexistente cuando aquellos suceden. Todo ello nos indica que las personas moribundas establecen una conexión espiritual con los seres allegados vivos o muertos.
De ahí la importancia que el acompañamiento en los últimos días se haga desde una actitud de compasión y serenidad. El acompañante debe comportarse como un facilitador del final de vida, de este tránsito o despedida del cuerpo físico.
Acompañar en el final de vida es contribuir a un tránsito agradable (no sólo en las cuestiones del cuerpo físico, tales como aliviar el dolor, sino también en la dimensión espiritual). En definitiva, que este momento pueda ser vivido con plenitud y dignidad, tanto para el moribundo como para quiénes acompañan.
Ferdinand Hodler (Gurzelen, 1853 - Ginebra, 1918) fue un pintor que vivió en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX. Era un momento de la historia de profundos cambios, especialmente de descubrimientos científicos y técnicos, así como procesos socioculturales. Hodler, se comprometió con estas transformaciones porque comprendía que el mundo nuevo en el que le tocaba vivir necesitaba también de una nueva pintura.
Ferdinand Hodler, más allá de sus pinturas sobre los paisajes y habitantes suizos, fue un pintor comprometido con la muerte. Perdió a ambos padres cuando era niño y cuando cumplió 32 años, todos sus cinco hermanos ya habían fallecido. En 1909 quedó profundamente afectado por la muerte de su ex amante y madre de sus hijos Héctor, Agustín Dupin y de la que ya dejó testimonio pictórico de la misma.
Un año antes, en 1908, en Ginebra se había enamorado de la bailarina parisina Valentine Godé-Darel (1873–1915). Pero, nuevamente, la muerte lo volvería a sacudir de forma brutal cuando a los cinco años de relación con Valentine, a esta le diagnostican un cáncer terminal. Valentine Godé-Darel, no sólo sería su segunda mujer y musa, sino también madre de su hija Pauline, nacida en 1913, cuando ya ella padecía el cáncer.
Ferdinand Hodler se volcó en acompañar a Valentine en su enfermedad casi constantemente y pasó muchas horas junto a ella. En este permanente acompañamiento, el artista no cesó de expresar sus emociones desde una pintura dramática. De aquel acompañamiento realizó una serie de más de 120 dibujos y bocetos y 18 pinturas realizadas firmadas entre Octubre 1913 y Enero 1915.
En esta impresionante obra de plasmación del deterioro físico de su amada, casi como si de la crónica de su enfermedad y muerte se tratara, el pintor nos lega una emotiva obra para comprender el proceso de morir y la muerte.
Tras el fallecimiento de Valentine Godé-Darel el 25 de Enero de 1915, el pintor quedó tan afectado que murió tres años después, el 19 de mayo de 1918, en su residencia de Quai du Mont-Blanc en Ginebra tras sufrir un edema pulmonar.