Definir la muerte es complejo ya sea desde el punto de vista de la biología o medicina como también desde la perspectiva espiritual.
Sólo un hombre muy audaz, intentaría definir la muerte, escribió el investigador de ética clínica, Henry K. Beecher (1904-1976).
A lo largo de las últimas décadas son numerosas las investigaciones para cerciorarse de que no hay posibilidad de equivocación al expresar la sentencia "ha muerto" (1).
Así por ejemplo, el Consejo presidencial de Bioética de Washington en 2009 publicó el informe Controversies in the Determination of Death.
La Organización Internacional de la Salud de Naciones Unidas, en 2012 promovió un protocolo International Guidelines for the Determination of Death.
Más recientemente la ciencia se inclina hacia la visión que el morir o la muerte es en realidad un proceso integrativo médico y biológico como lo sintetiza adecuadamente un trabajo de 2016 Determination of Death: A Scientific Perspective on Biological Integration.
A la muerte biológica le sigue la visión espiritual en la que según sea la tradición, la separación definitiva del alma que habita el cuerpo es de una u otra manera.
Ya el filósofo Aristóteles (384 a.C.-322 a.C.) se planteaba: ¿Sigue existiendo algo después de la muerte?
La idea de la muerte como separación tampoco implica que el cuerpo sigue existiendo después de la muerte. Siguiendo a Aristóteles, cuando una estatua se rompe en pedazos, su forma se separa de su materia, pero ni la forma ni la masa de arcilla de que se componía dejan de existir.
De lo que no hay duda es que la putrefacción rompe la forma humana o animal definitivamente, pero todas las sustancias de su materia orgánica se reintroducen en el ciclo de la Vida.
Aquí nos queremos centrar en las inquietudes médicas que intentan definir propiamente cuando el proceso de morir convierte el cuerpo físico en carente de ninguna función biológica.
No es tan sencillo pronunciar la sentencia «ha muerto» de un paciente. En términos populares, la falta de pulso, la ausencia de movimiento ocular y que no responde a ningún estímulo sensorial nos advierte que la persona la muerto. Sin embargo, no es tan simple
El tema además se complica si la persona se encuentra ingresada en un ambiente hospitalario donde además puede estar bajo los efectos de diferentes fármacos. La complejidad farmacológica también nos indica no es tan sencillo.
De hecho la propia definición de muerte ya de por si es compleja. Por ejemplo, antes de 1968 la muerte a nivel médico se definía como el cese de todas las funciones vitales, incluyendo la respiración y el latido del corazón.
Pero con los avances tecnológicos de asistencia respiratoria y cardíaca todo se complicó al introducirse el llamado estado "vegetativo".
Los pacientes en un estado vegetativo permanente mantienen espontáneamente las constantes y funciones vitales, el ritmo sueño-vigilia y carecen de actividad voluntaria y no muestran ningún tipo de contacto con el medio externo y ninguna actividad voluntaria.
Y finalmente, el mejor conocimiento cerebral permitió incidir sobre los aspectos neurológicos o muerte encefálica. En definitiva, declarar la muerte como ausencia de vida es una situación clínica delicada desde varios puntos de vista (médico, ético, legal, religioso),
En 1968, un comité ad hoc de la Facultad de Medicina de Harvard desarrolló los llamados criterios de Harvard, para determinar la "muerte cerebral" que se empezaron a adoptar en el mundo hospitalario. La muerte cerebral es un diagnóstico clínico.
En un intento por unificar aún más la definición de muerte de pacientes hospitalizados en Estados Unidos se aprobó en 1981 la Ley de Determinación Uniforme de la Muerte (UDDA).
El UDDA afirmó que "un individuo que ha sufrido ya sea el cese irreversible de las funciones circulatorias y respiratorias, o el cese irreversible de todas las funciones de todo el cerebro, incluyendo el tronco cerebral, está muerto. Algunos expertos piden que se revisen estas definiciones.
A día de hoy todavía no es fácil dar una definición consensuada e universal de la muerte para los pacientes hospitalizados, o cuando se dan muertes transitorias como las que expresan las experiencias cercanas a la muerte (ECM).
La muerte cerebral es una norma médica y jurídica para determinar la muerte de un ser humano actualmente universalmente aceptada.
La muerte cerebral equivale a la muerte cardiopulmonar, es decir para cardíaco y ausencia de respiración.
La muerte cerebral implica una pérdida completa e irreversible de las funciones cognitivas y también del paro de información y transmisión de señales biológicas al resto de los órganos a través del tronco encefálico.
La incorporación de los llamados medios médicos artificiales, especialmente de la respiración asistida hizo necesaria una nueva definición de la muerte.
La tecnología médica permite prolongar determinadas funciones vitales por tiempos prolongados sin que haya constancia de «consciencia» por parte de la persona.
El concepto de muerte cerebral es, sin embargo, para algunos expertos en bioética un término engañoso y desafortunado ya que da a entender que sólo «muere» el cerebro, cuando la muerte es un conjunto de eventos biológicos.
Algunas forenses reclaman atender a los fenómenos cadavéricos ante la complejidad de definir la muerte en términos de cese de la vida. Los fenómenos cadavéricos sí certifican que es imposible retornar el cuerpo a la vida.
El proceso de pronunciar la sentencia de «ha muerto» de una persona sigue un esquema ampliamente aceptado por la medicina alopática. A continuación recopilamos algunas de las comprobaciones para determinar que se ha producido el fin de la vida corporal humana.
- 1. Se verifica que no hay actividad cardíaca.
- 2. Se comprueba que el paciente no respira (sin inhalación ni exhalación).
- 3. Nombrando a viva voz el nombre de la persona fallecida no hay respuesta alguna.
- 4. Se constata que la persona se encuentra en hipotermia (temperatura claramente por debajo de los 35 ºC).
- 6. No se visualiza ningún movimiento corporal espontáneo.
- 7. No hay reacciones corporales ni con la estimulación verbal ni táctil (comprobando la estimulación táctil con un fuerte frotamiento en el esternón o pellizcando al paciente en la zona braquial media, inmediatamente distal a la axila).
- 8. No se produce ningún reflejo en el ojo estimulando con luz la pupila (las pupilas están fijas y dilatadas).
- 9. No se escuchan ruidos respiratorios o pulmonares, durante 30 a 60 segundos. Y en el caso de escuchar algún resoplo pulmonar, tras un minuto entero no se vuelve a producir.
- 10. No hay latidos o pulso continuado durante 30 a 60 segundos.
No todos los hospitales están de acuerdo con las comprobaciones antes mencionadas. Algunos médicos de cuidados paliativos aseguran que tanto el reflejo pupilar como los frotes en el esternón pueden herir la sensibilidad de la familia.
Una prueba complementaria empleada en el protocolo hospitalaria es obtener una lectura plana e isoeléctrica en un electroencefalograma (EEG).
El concepto legal de "hora de la muerte" es el momento en que el médico pronuncia «ha muerto» y crea un acto jurídico fehaciente.
Sólo entonces la persona está legalmente muerta, aunque su muerte biológica haya sido minutos o cuartos de hora antes.
Es entonces cuando se emite el certificado médico de defunción que abre las puertas a la organización del funeral.
Sin embargo, en algunos casos, la causa de la muerte puede suscitar dudas razonables. En este caso, el fallecido se transfiere al médico forense para que se realice una autopsia (que puede tardar días).
Al final, en los ambientes hospitalarios, más allá de las pruebas, siempre hay un pequeño intervalo de tiempo entre la muerte física y la muerte legal, claramente con el fin de tener todas las garantías de que la persona ha muerto realmente.
Tradicionalmente, la vela servía también para garantizar que no podía producirse error alguno en la certificación médica de la muerte. Por eso es necesario que la determinación legal de la muerte incluya los fenómenos cadavéricos tempranos junto a la ausencia de signos vitales constatada (2).
Las imágenes de este artículo son fotogramas de la película Nuestro último verano en Escocia.