En la encrucijada de la crisis planetaria, la muerte se convierte en una cuestión profundamente ecológica. Sólo asumiendo la muerte como parte del ciclo vital del universo podremos sobrevivir como especie.
La muerte se aprecia como desafío a nuestro propio poder terrenal y por eso luchamos contra ella en lugar de verla como la oportunidad para dejar que otras 'identidades' contribuyan a construir un proyecto común como especie en este universo material que nos permite experimentar la Vida.
Maurice Godelier en su libro La mort et ses au-delà, “todo pasa como si la humanidad desde que existe, haya inconscientemente o conscientemente negado la muerte, haciendo de ella una especie de fatalidad inevitable, pero sin que sea realmente el fin definitivo de la vida, sino simplemente el inicio de otra forma de existencia humana en otra dimensión diferente de la terrenal”.
La voluntad de vencer a la muerte existe en todos los aspectos, en todas las tradiciones filosóficas y religiosas a través de todo el mundo. Lógicamente, en el mundo Occidental se ha conseguido una cierta secularización de la búsqueda de la inmortalidad gracias a la ciencia y la técnica.
De ahí que se planteen hoy en día técnicas como la criogenización para ser “resucitado” o se fomente la idea de una eterna juventud gracias a la biotecnología.
Muchos son los movimientos que actualmente invierten sumas desorbitadas para abolir la muerte. El caso de Google en el campo de las investigaciones sobre la inmortalidad biológica es quizás el más inquietante y que tiene además un pico de oro promoviéndolo como es el Dr. José Luis Cordeiro.
Uno de los capítulos de Black Mirror plantea la posibilidad de que toda la experiencia humana puede guardarse en un ordenador y, por tanto, de este modo ser revivido nuevamente. Todo esto no muestra sino el engreimiento humano y el querer escapar a su propia naturaleza.
Muere el individuo, pero no la especie, y evoluciona el ser humano gracias a las identidades que lo conforman, aunque de forma efímera, pues de otro modo no podrían aparecer nuevas experiencias que enriquezcan la humanidad.
La naturaleza nos muestra a diario que la Vida es inmortal gracias a la mortalidad de sus identidades propias, pero no de sus diseños. El ser humano es un de estos diseños de la Vida.
Detrás de la actual crisis ecológica planetaria subyace una única realidad es la de no querer aceptar que el planeta que acoge nuestra especie es finito para satisfacer de forma inmortal los deseos más inimaginables.
Ya en 1972 algunos científicos advirtieron sobre los límites del crecimiento y llevamos más de 40 años incrementando la depredación sobre todos los recursos del planeta, tanto vivos como estructurales.
Detrás de este comportamiento compulsivo de depredación que azota nuestra sociedad para mejorar en tecnología no es más que una solemne excusa para avanzar hacia la inmortalidad individual.
La medicina ha puesto mucho en este empeño, ahora tiene además la ayuda de la bioingeniería y la propia cibernética. Por eso hay un desprecio por la naturaleza, de fomentar la aglomeración en metrópolis urbanas lejos del medio natural, en definitiva, de llevar una vida humana a parte del resto de los seres vivos del planeta.
Esta actitud de superioridad sobre la naturaleza va asociada a la aspiración de una humanidad liberada de la muerte.
Lamentablemente, no hay posibilidad de supervivencia como especie sin hermanarnos nuevamente con la naturaleza.
No es posible habitar la Tierra sin apreciar la condición de “habitar la muerte”, es decir, de asumir que la vida terrestre sólo es posible con la idea de la finitud.
Hay que comprender la importancia del tránsito vital como identidades temporales que somos, de ser seres materiales efímeros en el tiempo. Seres eternos cuya consciencia Universal sólo puede habitar una realidad física cuando puede organizar los eventos en un tiempo finito gracias a la consciencia humana.
Los seres humanos y todos los seres vivos por condición son mortales. El propio cuerpo con el cual nos identificamos es un préstamo de un proceso material de permanente reciclaje de los elementos del universo. Por eso el cuerpo que habitamos es parte de la naturaleza, es su materia.
Aceptar el cuerpo implica aceptar la muerte y por tanto la naturaleza misma de la existencia terrenal. El respeto por el resto de los seres vivos del planeta sólo es posible cuando uno respeta el propio cuerpo, no desde un punto de vista estético, sino como parte esencial del proceso vital.
Hipocrates (460 a.C. - 370 a.C.) y otros sabios de la antigüedad ya observaban que la existencia terrenal empieza con la selección de la comida que más allá de la función nutritiva es también nuestra medicina o nuestro combustible para un funcionamiento armónico de toda nuestra fisiología.
Al fin y al cabo, nuestro cuerpo es como el dron que sirve a la exploración de una parte de la consciencia universal de la que formamos parte. Ninguna animal, como dice el proverbio indio, “se bebe el agua de la charca donde vive”.
Hay una dualidad de impotencia en el corazón de la condición humana que parece atenazar nuestra existencia, el nacimiento y la muerte. Lao Tse (siglo VI a.C.) sentenció, "Vivir es llegar y morir es volver".
Asumimos que nacemos sin “quererlo”, pues eventualmente, lo mismo debería ser con la muerte. Sabemos que algunas culturas indígenas saben no sólo aceptar la muerte sino “decidir” cuando es el “momento de partir”.
La actitud de eternidad materialista que parece perseguir nuestra civilización no es más que una actitud infantil o inconformista cuyas consecuencias van más allá de lo que como individuos podemos realizar puesto que están afectando al “hogar” de las futuras generaciones.
La muerte se aprecia como desafío a nuestro propio poder terrenal y por eso luchamos contra ella en lugar de verla como la oportunidad para dejar que otras “identidades” contribuyan a construir un proyecto común como especie en este universo material que nos permite experimentar.
Geneviève Azam (1953), economista francesa, en su libro Osons rester humain, nos advierte que "queremos controlar a la naturaleza hasta doblegarla como si de una esclava se tratara, por pura venganza ante nuestra condición de seres mortales".
Este artículo está inspirado en el libro La mort et ses au-delà (2014) de Maurice Godelier del cual destacamos su visión de que los seres humanos luchan para no aceptar el hecho de la mortalidad, aunque cada otoño somos testigos de cómo los árboles sueltan sus hojas y de esta manera no niegan su naturalidad .
Con este libro que podríamos traducir como La muerte y su vida futura, Maurice Godelier coordina una reflexión dirigida por catorce especialistas sobre la muerte con autores que van desde la India hasta el Amazonas, poniendo en evidencia unas "invariantes" universales, "una base común de representaciones y prácticas" comunes en todas las civilizaciones más allá de sus diferencias y de su evolución cultural. Esta obra es un viaje en el tiempo (la muerte en la antigua Grecia, Roma o la Edad Media), en el espacio (desde el continente más grande, China o India, hasta el más estrecho, más profundo en el Amazonas o el desierto australiano) ), sin mencionar las prácticas del cristianismo y el Islam en constante evolución.
Maurice GODELIER
Antropólogo de renombre mundial, ganador de la medalla de oro del CNRS, el Premio Internacional de Ciencias Sociales Alexander von Humboldt, Maurice Godelier es el autor, entre otros de obras clásicas, como La Production des Grands Hommes, des Métamorphoses de la parenté, de L’énigme du don, de Au fondement des sociétés humaines.