El ejercicio de la tanatopraxia es una práctica que conlleva numerosos factores de riesgo tanto de tipo químico, físico, biológico, psicosocial o riesgo eléctrico.  En la preparación del cadáver la conservación transitoria invasiva con técnicas tanatopractoras debería evitarse a toda costa.

La tanatopraxia tiene como objetivo acondicionar y sustituir los líquidos corporales por productos químicos conservantes que producen efectos ambientales para el entorno y para la salud de los trabajadores funerarios, además de contaminar los cementerios.

Evidentemente, los profesionales de la tanatopraxia argumentan que se toman las medidas necesarias para evitar el riesgo químico, biológico o psicosocial. Sin embargo, el manejo de productos tóxicos, a pesar de las normas y reglamentaciones no está exento de incidentes o accidentes.

Y todo ello es para una práctica innecesaria ya que la conservación transitoria se puede realizar tanto por medios energéticos como es la conservación en frio o con retardantes no invasivos (como por ejemplo el BioSac 200).

Riesgos para los tanatopractores

El riesgo químico se produce debido a la exposición a las sustancias tóxicas volátiles que se manejan cuando se trabaja directamente en la conservación transitoria de cadáveres o embalsamamiento.

En este sentido aparecen los síntomas por ingestión causando irritación dolores respiratorios  e incluso gastro-intestinales. Todo ello causado por la emanación gaseosa de los productos de tanatopraxia empleados.

La inhalación, a pesar de las mascarillas empleadas, se cuelan compuestos orgánicos volátiles que traspasan los filtros y producen hormigueo en la nariz, en la garganta, o incluso favoreciendo la aparición de lesiones pulmonares por acumulación progresiva.

En el caso de contacto dérmico con los productos de tanatopraxia se pueden producir quemazones, irritaciones, etc. Y en el caso que salpiquen a los ojos entonces los efectos lesivos son mucho más graves, ya que los vapores que desprenden pueden producir irritaciones oculares y nasales severas.

Aunque la mayor parte de las salas para practicar la tanatopraxia están equipadas de extractores y otras medidas de seguridad el riesgo es alto. Un riesgo innecesario debido a que es un práctica claramente innecesaria en el siglo XXI.

Finalmente, para algunos profesionales, la actividad puede afectar al ámbito psicosocial dado que es una práctica que conlleva una fuerte carga en una sociedad como la actual que intenta evitar la muerte a toda costa.

Una profesión que debería extinguirse

Las que seguís está web sabéis que consideramos que la "profesión" para practicar la tanatopraxia es innecesaria. En el siglo XXI es innecesario que para conservar "carne muerta" se le inyecten productos tóxicos que contaminan nichos u hornos crematorios.

Quizás a día de hoy las funerarias todavía no saben que somos capaces de congelar pescado en alta mar y mantenerlo saludable durante semanas cuando no meses.

Sustituir los líquidos corporales naturales por productos químicos de alta toxicidad para el entorno y para los tanatopractores es un atentado ecológico. Nadie lo considera porque el ecologismo nunca se ha metido con el impacto ambiental del proceso funerario.

Sin embargo, desde aquí advertimos, de hace años, que la tanatopraxia es una práctica inadmisible por razones de salubridad pública e indigna para un cadáver.

La otra función habitual en la tanatopraxia es coser o pegar los labios del cadáver y taponarle los orificios del ano, genitourinarios, orejas, y fosas nasales. Todo para evitar que la más leve salida de algún líquido corporal no ensucie el inmaculado tapizado del ataúd.

En una práctica ritual de preparación del muerto, no con la rapidez y prisas que se hace en los tanatorios, se da un trato más humano al cadáver.

El cuerpo difunto no se considera un potencial foco de suciedad. Lo de pegar o coser la boca es absolutamente lamentable, pero nadie protesta.

En una sociedad más respetuosa con un cuerpo sin vida, reconvertiría esta tóxica profesión y calificaría a las doulas de la muerte como las profesionales idóneas para acompañar a la familia en el proceso de preparar el cuerpo y a la vez facilitar la despedida consciente.

Es hora de de abrir las puertas a las doulas de la muerte, para hacer más partícipe a la familia en la despedida ritual del cuerpo sin vida.

Es hora de prohibir sin más dilación el inyectar tóxicos a los cadáveres. Los cadáveres inyectados en el nicho contaminan los suelos que rodean a los cementerios, y si se incineran se vierten los tóxicos tanatoprácticos al aire con los gases del horno crematorio.

 

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