Todos los viajes tienen un destino secreto que el viajero ignora* ya que todo lo que empieza acaba. Esta es la gran realidad de la Vida. Por un lado, el misterio de lo que nos depara la Vida en cada momento como expresión de la perfección de la Consciencia que somos. Por el otro, ser parte de un milagro: el mismo día que nacemos empezamos a morir para volver a la Conciencia Universal que somos.
Este impresionante viaje que es la Vida, que no podría existir sin la muerte, nos ofrece la posibilidad de abrimos a dar la bienvenida a todo lo que ocurre. Para este no hay «peros» que valgan, ni tampoco vale la pena objetar ni «porqués» que cuestionar.
Os dejo dos reflexiones de personas cuya aventura vital me inspiran. Su testimonio nos permite no olvidar que la Vida es una invitación a afrontar la Muerte como algo esencial para poder existir como seres vivos.
Sólo de este modo se puede vivir más intensamente y asumir el imprescindible respeto por todo lo que nos rodea. Al fin y al cabo somos simples huéspedes invitados del planeta Tierra.
*Cita de Martin Buber (1878-1965), un filósofo y escritor judío austríaco-israelí, conocido por su filosofía de diálogo y por sus obras de carácter existencialista.
Hoy en día no se habla claro sobre la muerte, por aquello de quizás así uno piensa que no va morir. Y sin embargo, todas las personas van a morir en algún momento dado, aunque la ciencia presuntuosa nos intente convencer de que se puede vencer a la vejez y a la muerte misma.
Cómo explica en sus charlas y sus libros, Sergi Torres: "Si pudiéramos ver la mente sin nuestras ideas entenderíamos porqué las personas que viven episodios cercanos a la muerte (ECM), cuando regresan viven el resto de su vida en paz. Para ello hay que mirar la vida y la muerte sin tus propias ideas, sino con la mente, con la que piensas tus ideas, la que te da para vivir.
Sólo podemos comprender que la muerte no existe cuando nuestra mente está en paz. Desde la paz podemos, entonces, mirar esa situación desde nuestro corazón, lugar en el que nunca nada empieza ni termina, en el que todo vive unido a todo sin pérdidas ni logros, sólo presencia, sólo existencia, sólo paz.
Nos acercamos a esa claridad cuando nos abrimos a dar la bienvenida a todo lo que ocurre, sin «peros» que valga la pena objetar ni «porqués» que valga la pena cuestionar. La gran mayoría de las veces, este intento de descubrir un sentido aceptable de la vida lo usamos para esconder nuestro miedo a la ignorancia que tanto nos atemoriza.
Lo que sucede a nuestro alrededor no tiene sentido tratar de comprenderlo mientras lo percibamos como algo ajeno a nosotros. Curiosamente la muerte no pone fin a nada, porque nuestra vida no viene determinada por nuestro cuerpo, sino por nuestra conciencia. Así que la muerte no es la salida. ¿Dónde está la salida?
La muerte es el final de lo que pensamos, pero tal y como nos muestran los que han regresado de experiencias cercanas a la muerte, esta no es más que una vivencia en el Amor Incondicional. Terminamos llegando al momento de desear la muerte, debido a la completa desconexión con esa realidad llamada Amor."
El 11 de octubre de 2011, el prestigioso fotógrafo de naturaleza Vincent Munier (1976), autor del libro El leopardo de las nieves o la promesa de lo invisible escribía: "Me despierta un aleteo:¿un quebrantahuesos, un buitre? Avistamiento brutal del ave más inteligente del mundo, un gran cuervo, de cara al viento, pasa volando, un par de metros por encima de mi. La nieve del suelo cumple su función reflectora y que permite ver una profusión de detalles de su plumaje. No me muevo.
Cuando me sobrevuela por segunda vez, se queda suspendido junta a su fiel compañero de por vida, algo más tímido. Emite una llamada -un sonido maravilloso, ancestral, atávico-, como para puntuar este instante de gracia. No queda entonces más que el canto del viento y el silencio de las cumbres.
Repentina intensidad de la experiencia. Me viven a la cabeza una creencia oída en la Kamchatka profunda, cuando los hombres se caen a la cuneta, borrachos como cubas, su mayor miedo es que los cuervos o los cascanueces les devoren, aún vivos, los ojos. Esto le ha pasado según me dijeron, a más de un desgraciado tras dar cuenta de varias botellas de vodka.
¿Sentirse presa? Ser alimento. Cuando muera, cuánto me gustaría que mi cuerpo fuera banquete de un oso, de un lobo o de un buitre, en lugar de descansar en un féretro forrado de seda. Que algún día mi femur surque el aire y caiga en un pedregal para acabar engullido por un quebrantauesos".