Pocas veces imaginamos que el funeral sea una vivencia de despedida. No nos implicamos en el rito al que más atención deberíamos prestar, nuestra partida, aunque cueste de comprender.

Una buena despedida facilita expresar emociones por ambas partes, el muriente y los que quedan. Por eso es tan importante planificar el propio funeral.

La vida al nacer se celebra. La muerte, cuando llega, aunque nos invada la tristeza por ver a una persona amada partir, no deberíamos dejar que fuera simplemente un trámite para eliminar un cuerpo sin vida.

El mejor epitafio, una fiesta de despedida

Un epitafio es aquella frase que pretende resumir un pensamiento del fallecido y que habitualmente se esculpe en la lápida de la tumba o nicho.

Un buen epitafio es en realidad el recordatorio que nos lega la persona querida que fallece.

Es evidente que hay otros tipos de memoriales que, aunque parezcan efímeros no lo son, y pueden dejar una huella igualmente inolvidable.

El memorial de un ser querido debería poner énfasis en las vivencias que nos lega el ser querido fallecido tras su despedida.

Por eso al salir de un rito de despedida es muy terapéutico participar en una actividad comunitaria con los participantes.


Una actividad participativa ayuda al duelo

En este sentido, participar en la siembra de un prado, la plantación de árboles en un bosque o llevar buenos alimentos a un centro de acogida para pobres serian algunos ejemplos de este tipo de actividades participadas.

En las ceremonias actuales, tras depositar el féretro en el cementerio o trasladarlo al crematorio se da por terminado el ritual.

Es una buena opción plantearse convocar en otro momento, tras el funeral, a las personas que lo sientan, y de este modo compartir una actividad memorial.

Puede ser algunas semanas o tiempo después (en el caso del Estado español, que no deja tiempo a organizar una ceremonia personalizada, todavía es más recomendable) ya que es semanas después cuando la pérdida va cavando su huella.

Confraternizar alrededor de la memoria de un ser querido resulta esencial para el proceso de duelo. En nuestro país se ha perdido la tradición del ágape funerario, pero de la misma forma que una boda puede durar una tarde entera con diversas actividades, un funeral debería ser igual.

El rito funerario como fiesta

Los tanatorios no son el mejor lugar para dar convertir el rito de despedida en una vivencia. Nuestra cultura no acepta que un ritual funerario tenga un carácter festivo.

Lamentablemente, más de la mitad de los costes del servicio funerario se los lleva el ataúd, por eso el verdadero cambio empezará cuando el ataúd valga el precio de fábrica más el margen comercial estándar.

La práctica de las empresas funerarias de multiplicar por diez o más el coste del féretro para engrosar los dividendos de los grupos inversores que han tomado el control las principales funerarias debe cesar.

Por este motivo el servicio funerario básico (tratamiento del cadáver y vela) acapara la mayor parte del presupuesto. En España, a diferencia de otros páises europeos no hay la figura del director funerario como gestor de un evento. 

Para organizar una vivencia de despedida hay que hacerlo sin el cuerpo presente.

Un buen ejemplo de ritual postergado y festivo puede ser la disposición de las cenizas.


La disposición de las cenizas, una oportunidad para la vivencia de despedida

Esto puede ser en un espacio en algún cementerio (bosques del silencio o similares), un lugar de la naturaleza o en el mar.

Para la disposición de cenizas en el mar existen algunas empresas que facilitan una ceremonia muy emotiva.

Sin embargo, a pesar de la imposición de la empresa funeraria,  con imaginación y voluntad se pueden organizar actos postmortem.

Ritos en los que las personas allegadas al difunto celebren haber compartido con él un trozo de existencia y ser legatarios de su amor, su vivencia única e irrepetible.

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