El concepto de cementerio como ciudad de cadáveres, de negocio de vender o alquilar temporalmente parcelas de propiedad, de actuar como agencias inmobiliarias para la eternidad pierde apoyo social. Este concepto de cementerio debe cambiar.

El concepto de propiedad de un inmueble para ocupar mientras el cuerpo se descompone sin su alma está caducando. El nicho, la tumba, el panteón, etc. como espacio residencial sólo para muertos causa un notable impacto ambiental, especialmente, debido al empleo masivo y sin fundamento ni ambiental ni legal del hormigón.

Tipos de propiedad para la eternidad
Cómo es en la Tierra así es bajo tierra. Construimos las ciudades de los vivos hacia el cielo y edificamos la de los muertos a semejanza de la de los vivos. Toda una paradoja. Foto: Funeral Natural en el Cementerio del Poble Nou de Barcelona (2024)

En las ciudades de los vivos, hay pisos, apartamentos, casas y mansiones; esta estructura inmobiliaria ocupa casi todo el planeta.

En la ciudad de los muertos se imita a la ciudad de los vivos, pero las viviendas para muertos se llaman nichos, tumbas, mausoleos y panteones; espacios para inhumar cadáveres y columbarios para conservar las cenizas de la cremación.

En las ciudades de los vivos reina el capitalismo. En las ciudades de los muertos el comunismo. En España la mayor parte de los cementerios son o municipales o religiosos.

Los servicios que ofrecen son asimilable a un alquiler por año o compra por tiempo determinado para que un cuerpo en descomposición disfrute del espacio escogido.

La tipología de viviendas para cadáveres son varias. La más común es el nicho formado por una estructura rectangular. El nicho conforma estructuras apiladas de los mismos, habitualmente de cuatro a siete pisos, que pueden dibujar calles de nichos de hasta decenas de metros de longitud.

En el interior de cada nicho se deposita el ataúd donde va el cadáver del fallecido. Hay diferentes formas y tamaños de nichos y esta estructura funeraria es el modo más habitual en los cementerios españoles.

Para poder enterrar a una persona en un nicho propietario usado, es necesario que desde la última inhumación hayan pasado dos años, habitualmente hasta cinco años.

Los nichos pueden tener diferentes elementos ornamentales para embellecer su fachada. Lo más particular es la lápida personalizada acompañada de tiras laterales para grabar los nombres de las personas enterradas en su interior.

Opcionalmente, puede dotarse de marco de acero inoxidable con vidrio a modo de escaparate que a parte de la lápida permite colocarle fotos, y otros recuerdos resguardados, los posa jarrones para flores u otros elementos estéticos.

Para inhumar el fallecido bajo tierra hay que escoger la tumba. Las tumbas son sepulturas excavadas en el subsuelo recubiertas con paredes de hormigón. En muchos casos, las tumbas disponen de más de un departamento o niveles de entierro.

Cuando se juntan varias tumbas en un terreno de libre diseño, entonces se convierte en un monumento funerario denominado mausoleo, el cual se construye a modo de monumento funerario familiar personalizado.

Propiedad de nada, eso es lo que tiene el difunto que yace en ella. Foto: Funeral Natural.

Los panteones son construcciones arquitectónicas donde reunir a toda la familia, y plasmar con el mismo la seña de identidad de la estirpe para que perdure a lo largo del paso del tiempo.

Estos pueden incluir más de un departamento, criptas subterráneas para inhumaciones y capilla. Además, este tipo de construcciones contienen a menudo elementos escultóricos. Algunos cementerios históricos reúnen esculturas monumentales y entonces se denominan cementerios significativos.

En general, las propiedades funerarias son concesiones administrativas, en otras palabras residencias de alquiler que pueden irse renovando tácitamente; pagando por supuesto.

Así, los nichos pueden alquilarse por un mínimo de entre 5 y 10 años, pero también puede contratarse por 75 años. En cambio, las tumbas, los panteones y los mausoleos, en general, se concesionan por 75 años dado que la construcción corresponde al propietario titular.

En algunos cementerios hay nichos históricos, nichos dobles, panteones y mausoleos históricos que en su momento pertenecieron a una familia que ya no los ha renovado y que pueden ser rehabilitados para otra familia.

Finalmente, con la implantación de la incineración han aparecido los llamados columbarios. Estos son estructuras diseñadas para contener urnas cinerarias. Recordemos que el columbario en el cementerio es obligatorio para los practicantes de la religión católica. Las cenizas de un filigrés católico fallecido deben ser depositadas dentro de un camposanto.

Ciudad dormitorio de restos cadavéricos
En la ciudad sostenible Organización Mundial de la Salud (OMS), las ciudades deberían contar con 50 m2 de espacio verde por habitante. En las ciudades de los muertos españolas domina el hormigón y casi no hay verde. Foto: Funeral Natural.

Una mayoría en la sociedad occidental piensa que la vida a lo largo de la eternidad debe ser estable y segura. En los cementerios o ciudades de cadáveres, los vivos quieren asegurarse que cuando la deban ocupar con sus despojos, estos durarán para continuar haciendo historia.

Sin embargo, la situación económica familiar y las nuevas costumbres, como la incineración, está alterando esta visión. En la ciudad de los muertos, la ocupación se ha reducida en un 50 %. A pesar de ello persiste la compra y la venta, y se alquila y se traspasa, tanto si es legal como no.

Hay anuncios explícitos: "TRASPASO NICHO A PERPETUIDAD EN EL CEMENTERIO MUNICIPAL. EXCELENTE SITUACIÓN. SOLEADO Y CON VISTAS IMPRESIONANTES SOBRE EL VALLE. ACCESIBILIDAD PERFECTA, A PIE DE CALLE, APARCAMIENTO A 20 m O PARADA DE AUTOBÚS. NO HACE FALTA ESCALERA, ES SUFICIENTE CON UN TABURETE CASERO."

El sociólogo Jean Ziegler en Los vivos y la muerte (1976) es más contundente ya que advierte que en la cultura industrial de Occidente se intenta negar la muerte en provecho del explotador de consumidores seguros y todos las personas mueren.

La muerte negada resurge en neurosis, en locura, y el ser humano privado de su finitud cesa de ser un sujeto activo de la historia para convertirse en mercancía: “El cuerpo humano, vivo o muerto, se convierte en una mercancía integrada en el circuito de lo que se puede producir o consumir y, fuera de ese circuito, la sociedad occidental no sabe qué hacer con sus muertos”.

Claramente, los cementerios deben acometer una reinvención, al igual que se hace con la renovación de los barrios amontonados en la periferia de las metrópolis.

En el caso de los cementerios no se trata tan sólo de reverdecerlos, si no de refundarlos, de convertirlos en espacios de memoria. Espacios dignos, ecológicos, saludables para todas, no sólo para las que quisieron que su cuerpo reposara en la ciudad que las acogió, las vio nacer o simplemente les facilitó el final.

Evolucionar hacia espacios para la memoria colectiva
Entierro natural en el cementerio verde de Utrecht en Holanda. Foto: NBPU.

El reto de un cementerio en pleno siglo XXI ya no es el de la salubridad sino su funcionalidad frente a otros métodos post mortem como el entierro directo al suelo, la incineración, el compostaje o incluso la hidrólisis alcalina.

Su funcionalidad debería dejar de ser un parcelario de cadáveres para convertirse en espacios naturalizados para recordar los seres queridos que nos precedieron.

En otras palabras, los cementerios deberían reconvertirse en espacios de memoria colectiva, de mínimo impacto ambiental, donde honrar al colectivo de seres humanos que contribuyeron a nuestro bienestar desde el arte, la ciencia o el compromiso social o simplemente cuidando de su familia.

Todos los seres humanos acabamos de una forma u otra contribuyendo al progreso social. Por este motivo, los cementerios del siglo XXI deberían convertirse en jardines o espacios naturalizados.

Espacios también para la inhumación a tierra al desnudo (sin féretro y sin hormigón en el suelo), o simplemente espacios donde depositar el humus del compostaje humano.

El cementerio no debería ser un lugar para colocar flores de plástico frente a un agujero tapiado, sino un espacio donde meditar, orar o simplemente homenajear a todos los espíritus de quienes nos han precedido rodeado de árboles y no de hormigón.

Adquirir parcelas para la eternidad, como se hace todavía en la segunda década del siglo XXI, desde los cementerios municipales, privados o religiosos, es incompatible con una nueva percepción de la vida humana como parte de la naturaleza que nos rodea y de la necesaria fraternidad humana.

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