Se especula que el rito de la excarnación, o dejar que los cadáveres sean devorados por aves necrófagas, como los buitres, ya se practicaba hace más de cuatro mil años. Puede que incluso sea más antiguo, como plantea Ken West, el autor de Stonehenge and sky burial (1).
En la actualidad, esta tradición fúnebre persiste y está bien arraigada en algunas ramas de la tradición budista y entre los seguidores de Zaratustra o Zoroastro, el profeta persa fundador del mazdeísmo o zoroastrismo.
Una certeza histórica es que en el siglo VII, cuando el islamismo se impuso en el antiguo Irán, provocó un éxodo de zoroastrianos. Algunos alcanzaron el norte de la India (los parsi) y puede que incluso el Tíbet y otros territorios, donde quizá se mezclaron las creencias.
En el budismo tibetano, las primeras noticias del ritual de desmembramiento del cuerpo (Gcod) para la excarnación con aves podría haber sido introducido por el maestro indio Phadampa Sangye en el siglo XI.
En el Tíbet, no existe un funeral estandar, sino diferentes opciones. Cualquiera que se escoja debe permitir encarnar en alguno de los cuatro elementos tántricos: tierra, agua, fuego y aire.
Cada rito de la muerte debe enfatizar la importancia de devolver el cuerpo a los elementos tántricos, la base de toda vida. Cuando el difunto dona su cuerpo a un elemento, nutre las fuentes de vida de aquel y adquiere mérito para la siguiente reencarnación al hacerlo.
Por ejemplo, el entierro o la inhumación en la tierra alimenta a los gusanos; la inmersión o disposición en agua alimenta a los peces; el entierro en el cielo o con el cadáver al aire alimenta a los buitres y otros animales carroñeros; finalmente con la cremación en el fuego nutre a los seres sobrenaturales que lo habitan a través del olor de la carne ardiente.
Los rituales de purificación son un aspecto esencial en la preparación del cadáver para la ceremonia fúnebre escogida. Sólo con la purificación que debe durar de tres a cinco días tras la muerte, puede darse la transferencia exitosa de la conciencia o el alma.
Estos rituales de purificación se practican para todas las técnicas post mortem y demuestran claramente la naturaleza religiosa de los ritos funerarios budistas tibetanos.
En este sentido se siguen las indicaciones del Libro Tibetano de los Muertos. Cada práctica o ritual en el funeral con buitres contribuye a dar sentido religioso a la ceremonia en sí.
Cada parte del rito cumple facilitar el tránsito del alma. El repartir los trozos del cuerpo para entregarlos a las aves, nos muestra aún más el valor budista de la máxima compasión por otros seres vivos.
Se estima que el ochenta por ciento de los funerales en el Este tibetano se realizan bajo la tradición de la excarnación. Hay censados en todo el territorio tibetano cerca de dos mil sitios ceremoniales de entierros al cielo.
Para la población budista tibetana la excarnación o descarnación a través de las aves es, como he descrito, un medio sagrado de ayudar al espíritu de los muertos en la transición a la próxima vida.
Alimentar a los buitres y demás aves carroñeras es una última ofrenda terrenal a estas criaturas que se cree que tienen la sabiduría de las deidades.
De hecho, en el libro La vida de Milarepa, escrito a finales del siglo XV, la obra más destacada de la literatura tibetana, el buitre ya aparece como un elemento espiritual.
Su protagonista, Milarepa (que es la figura más representativa para los habitantes del Techo del Mundo y le veneran como a su héroe espiritual a modo de símbolo de la realización transcendente), pide a su maestro que le interprete un sueño donde aparece el buitre:
El maestro le advierte que el buitre es él mismo, Milarepa de Kungthang. “Ese buitre volando sobre el pilar / Es tu carácter de buitre. / El buitre desplegando completamente sus brillantes plumas / Significa que has recibido las instrucciones orales del linaje oyente. / El buitre haciendo un nido entre las rocas / Es la señal de que tu fuerza vital será más dura que la roca. / La bandada de pájaros llenando el cielo / Es la señal de que las enseñanzas Kagyü se extenderán. / El buitre dando a luz a una cría / Es la señal de que vendrá uno sin rival. / Hijo, este sueño no es malo, sino un sueño excelente”.
Los buitres se consideran dakini, es decir, como los ángeles o portadores de las deidades y encargados de perpetuar el ciclo de la vida. Al permitirles consumir el cadáver, el alma de la persona difunta puede ser transportada fácilmente por el viento a donde debe ir para completar el "Chonyid Bardo".
Las evidencias culturales que motivan este rito son la clave para comprender que la religiosidad tibetana buscara en las aves una forma de tratamiento post mortem acorde con sus creencias budistas de la reencarnación y la compasión. Seguramente, la realidad ambiental de un paisaje escaso de leña y suelos pedregosos también lo facilitó.
El ritual fúnebre de excarnación tal y como se practica en el Tíbet se denomina “jha-tor“ o "jhator", que puede ser traducido por “entregar el alma a las aves“.
En occidente lo han bautizado como «funeral celeste» o «entierro en el cielo» (sky burial), en alusión a que son las aves necrófagas quiénes al devorar el cadáver ascienden el alma del difunto al cielo.
El jahtor empieza con un ritual para la transición del alma para lo cual se ubica al difunto en una habitación del monasterio donde permanece de tres a cinco días, que es el tiempo en el que el alma puede tardar en abandonar el cuerpo.
Durante este lapso de tiempo, los monjes recitan textos que facilitan esta transición del espíritu. Pasados estos días se rasura el pelo del cadáver, se lleva al círculo del Jhator y allí se practica el Gcod o desmembramiento.
Estos preparativos se realizan para facilitar que el difunto tenga una transición adecuada para su alma ya que el cuerpo no es más que un vehículo, que deja de ser útil tras fallecer. Evidentemente, las aves necrófagas juegan el papel más vistoso, pero no es más relevante que los preparativos.
El jhator tiene lugar al amanecer en un lugar específico, y los familiares del difunto permanecen cerca, pero no pueden ver el rito del Gcod.
En una gran roca plana, los monjes o rogyapas ("rompe-cuerpos") descuartizan ritualmente el cadáver (Gcod) en pequeños pedazos y lo desollan para exponer el tejido blando. Luego dejan acercarse los buitres que se han acumulado a su alrededor.
Tras unos cuarenta minutos de excarnación por parte de decenas de buitres, sólo quedan los huesos. El oficiante los recoge, se machacan contra la roca y se prepara una pulpa a la que se le añade tsampa, una mezcla de harina de cebada, té y mantequilla de yak, y con todos estos ingredientes se hace una pasta. Esta se reparte entre los buitres para que en el espacio ritual no quede nada.
Un acto de gran generosidad
El jhator se considera un acto de generosidad por parte del difunto, ya que este y sus familiares sobrevivientes están proporcionando alimento para sostener a los seres vivos. Tal generosidad y compasión por todos los seres son virtudes importantes en el budismo.
Aunque este ritual puede parecer algo macabro, dado que en la creencia budista tibetana el cuerpo es un mero vehículo para transportar la vida, se acepta que el cuerpo sea alimento para los buitres sagrados.
Los budistas tibetanos creen que la vida no termina con la muerte, sino que simplemente esta es la puerta para un renacimiento o reencarnación.
Esta tradición religiosa, cuyos garantes son los monasterios con sus monjes, enfatiza esta naturaleza cíclica de la existencia. Así se disipa el miedo a la muerte en la sociedad tibetana y ayudan a las personas a prepararse para un nuevo comienzo.
La creencia budista tibetana de que el dolor enseña a uno la compasión y esta puede proporcionar la motivación para participar en la práctica espiritual, es la base de que los funerales con buitres responden a la fe religiosa.
La República Popular China, que gobierna el Tíbet desde su invasión en 1959, prohibió el jhator hasta finales de 1970, pero permitió que se reanudaran en la década de los ochenta.
En la región tibetana el ritual lleva siglos practicándose. Los primeros documentos llevados a Occidente tienen fecha de 1938, cuando un fotógrafo alemán, Ernst Schäfer (1910–1992) que viajó al Tíbet, documentó fotográficamente el ritual en aquel momento histórico.
Posteriormente, otros viajeros y antropólogos han estudiado el tema. Uno de ellos, Dan Martín publica en 1996 en una revista especializada un detallado estudio titulado On the cultural ecology of sky burial on the Himalayan Plateau.
El ritual tomará un nuevo rumbo cuando en 2003, una familia tibetana dará su consentimiento al cineasta francés Fréderique Darragon para grabar el ritual, quién estaba realizando un documental sobre la peculiar arquitectura de torres de la zona titulado The Secret Tower of Himalayas.
Aunque es en el Tíbet donde más se practican los entierros en el cielo, persiste todavía en algunas zonas remotas de China (Qinghai y Sichuan), del norte de la India, de Nepal, de Buthan y también de Mongolia. Sin embargo, la creciente urbanización, la modernización y el cambio ambiental, están haciendo desaparecer este ritual sagrado.
Otro aspecto menos divulgado, aunque igualmente importante como lo es la cuestión cultural o religiosa, es la relación que existe entre la práctica del entierro en el cielo y la conservación de las poblaciones de buitres.
El entierro en el cielo es una tradición sagrada. A día de hoy en algunas regiones del Tíbet este ritual puede ser seguido por turistas. Para los turistas es sólo una cuestión de morbo.
Las autoridades prohíben fotografiar, filmar o colocar en la red documentos audiovisuales apelando el respeto por esta tradición cultural y ceremonia íntima.
Desde una lógica de respeto cultural, se recomienda pues a los turistas que visitan el Tíbet que renuncien a la visita de los lugares de entierro en el cielo.
El morbo que subyace en los funerales con buitres fue denunciado en el documental de Russell O Bush, titulado Vultures of Tibet (2011), filmado en la región tibetana de Taktsang Lhamo.
Actualmente, en la red se pueden encontrar bastantes documentos gráficos sobre este ritual. Muchas de estos publican imágenes no aptas para personas sensibles. (1) (2) (3)
Las imágenes del ritual del jhator, fuera del contexto ceremonial del mismo, resultan claramente ofensivas para esta tradición tibetana sagrada.
Es por esta razón que hemos ilustrado este ritual con pinturas que se encuentran en algunos monasterios tibetanos. En la tradición budista, el pintar la descomposición del cuerpo fue también todo un arte durante siglos.
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Un artículo en inglés Survival and Evolution of Sky Burial Practices (2021) de la activista defensora de los derechos tibetanos, Pamela Logan, lo recomiendo como complemento a esta recopilación informativa.