Nacemos desnudos y nos vamos sin nada. La muerte es un simple fenómeno vital, pero históricamente se asocia a menudo con imágenes mágicas, místicas o religiosas. En cada época la muerte ha tenido su propio significado de una manera u otra y con estos a menudo se ha asociado a imágenes.
En la Europa medieval fueron populares las danzas macabras, mientras que en el Japón medieval hubo la costumbre de pintar la putrefacción del fallecido para qué no se tuviera apego a la vida (las pinturas Kusôzu). Con el desarrollo del arte pictórico en Europa, especialmente a partir del Renacimiento, la muerte se plasma con magnificencia en los lienzos.
La muerte pictórica asume los símbolos de la religión cristiana del momento y el lugar. Ángeles y demonios fueron desde sus inicios los protagonistas de las representaciones artísticas alrededor de la muerte.
En los cementerios del siglo XIX y XX, el arte escultórico también experimentó un apogeo. Hoy existe una red de cementerios europeos significativos por la gran profusión de elementos artísticos que contienen.
Hemos seleccionado una relación de lienzos pintados por artistas europeos de renombre con el objetivo de dar un paseo ilustrado por diferentes visiones de la muerte. Un paseo artístico que nos permita reflexionar sobre la muerte con el fin de ayudar a perderle el miedo.
Una de las características de la muerte es sin duda su carácter imprevisible. No es un atributo que apreciamos de ella, pero así se nos presenta. Hay dos cuadros del siglo XIX que han sabido captar con un simbolismo inaudito esta cualidad del morir.
El cuadro La mort du fossoyeur (La muerte del sepulturero) pintado en 1890 por Carlos Schwabe (1866-1926), un pintor suizo-alemán del movimiento simbolista (una corriente en la que sus seguidores a diferencia de los surrealistas todos los símbolos tienen un sentido).nos muestra con un gran riqueza simbólica este atributo de la muerte.
Observamos que el ángel de la muerte va vestido de negro y con sus alas toca al sepulturero. Este ángel con rostro compasivo sujeta en sus manos un halo de luz verde, que representa su alma.
El sepulturero se encuentra dentro de una fosa que estaba cavando cuando es sorprendido por la muerte. De hecho, su rostro lo refleja pero sobretodo vemos que se coge el corazón en un intento de agarrase a la vida.
La muerte le llega de forma inesperada, mientras está trabajando en una tumba que finalmente resultará ser la suya. El ambiente lúgubre del cementerio se ilumina al estar nevado y en el primer plano unas pequeñas hierbas florecen, quizás como símbolo de que una vida termina pero otra empieza.
El pintor francés de la corriente realista y naturalista, conocido por sus pinturas del mundo rural, Jean-François Millet (1814-1875), pinta La Mort et le Bucheron (La muerte del leñador), un cuadro compuesto en 1859 que expresa la dureza de la vida rural.
En este cuadro la muerte es un ser esquelético, con una túnica blanca y que va descalza. A pesar de su aspecto el artista no enfatiza su carácter ya que no nos muestra el rostro, y lo caracteriza con la típica guadaña que simboliza la muerte.
La guadaña es una herramienta agrícola compuesta de una cuchilla curvada y un mango se sabe que ya era utilizada un siglo antes de Cristo para segar cereales y de ahí que se tomara como simbolismo para representar la muerte segando vidas humanas.
En la composición vemos también un reloj de arena alado en su mano izquierda para representando el tiempo. Al fondo sobresale el techo de una cabaña, probablemente la del leñador.
El leñador estaba quizás descansando y tiene el fardo de leña a su lado. En realidad su rostro más bien refleja el de un hombre cuya vida está atrapada por la dureza del entorno.
El cuadro se inspira en una de las fábulas del escritor francés del siglo XVII, La Fontaine. Toda la escenografía nos ilustra también el carácter imprevisible e incluso súbito de la muerte.
Nos gusta imaginar la muerte como algo dulce que se nos lleve sin dolor y amabilidad. Pero la realidad es que a menudo es realmente trágica y no exenta de dolor.
Uno de los primeros pintores conocidos que muestran la tragedia cotidiana de una muerte cruel la pinta el artista germano Hans Baldung, apodado Grien (1484-1545). La temática la encontramos en varios cuadros titulados Tod und Frau (La Muerte y la doncella también Muerte y lujuria) pintados entre 1517 y 1520.
Realmente notable es como en este artista la muerte toma un rostro depravado y agarra la cabellera o el rostro de las jóvenes con rudeza. Sus modelos se exponen desnudas y su cuerpo voluptuoso adquiere un realismo notable. Se muestran explícitamente sus órganos sexuales contrastados por una piel blanca e inmaculada.
Mientras la joven del lienzo de la izquierda reza imporando piedad, la segunda (derecha) literalmente se descompone del tormento físico a que es sometida. Curiosamente, esta asociación de sexo y muerte, no volverá aparecer en el arte pictórico hasta finales del siglo XIX, bajo el influjo de la teoría del psicoanálisis Eros y Thanatos.
El artista alemán Hans Baldung borda ambos lienzos que destacan por el realismo de la muerte atroz. Notables son las lágrimas que se deslizan por las mejillas de la modelo peliroja o el rostro apesadumbrado de la joven de pelo castaño que intenta agarrarse al vestido que en el suplicio le han arrancado.
No es la única composición que el artista realizó sobre el tema de la muerte y la doncella, pero en estas obras que señalamos, conocidas también como muerte y lujuria, la brutalidad de la composición de ambos lienzos no deja indiferente.
Curiosamente, su contemporáneo, Hieronymus Bosch (1450-1516), pinta un retablo entre 1505 a 1515 titulado Visiones del más allá en el que los difuntos son llevados al cielo por ángeles.
Mientras los linezos del siglo XVI de Hans Baldung es una representación brutal de la muerte, el pintor romántico Eugène Delacroix (1798-1863) lleva la visualización del deceso al paroxismo. Se trata de una tela de más de cinco metros de ancho titulada La mort de Sardanapalus pintado en (1827).
El cuadro representa un supuesto evento histórico dramático protagonizado por el rey asírio de Nínive, Sardanápalo cuya existencia se situa entre el 661ac y el 631aC. Se dice que Sardanápalo tras ser traicionado y percibir una derrota inevitable, antes de rendirse, decide arrojarse en una hoguera junto a su esclava favorita, Myrrha.
Delacroix toma este momento de gran brutalidad en el que el Sardanápalo hechado en su cama, impasible contempla el horror de la muerte y destrucción que ha ordenado. De todas maneras, el cuadro de Delacroix más bien se inspirara en el drama escrito por Lord Byron sobre Sardanápalo, publicado en 1821 y traducido al francés en 1822.
En esta Sardanápalo decide destruir todas sus riquezas y posesiones, incluidos los animales y las concubinas de su harén, antes de suicidarse. Precisamente, la favorita Myrrha sería la que yace a los pies del rey impasible.
El ambiente dramático creado por Delacroix es indiscutible. Los detalles que se pueden observar nos muestran el caos, la muerte y la destrucción alrededor del Rey que contraste con la pasividad de este.
Aunque este cuadro fue muy criticado en su momento, se considera una joya del movimiento pictórico del Romanticismo. De todas maneras, el cuadro no está exento de un notable contenido sexual pues este en su paroxismo se contrapone al tanatos o deseo de muerte.
La figura de los ángeles está presente en la tradición bíblica judía y cristiana, aunque también en la musulmana. Sin embargo, es en la literatura judía mística, donde estos seres toman una notable importancia.
En cualquier caso, los ángeles como mensajeros, como vigilantes de los seres humanos están bien presentes en la tradición judeocristiana.
Sea como sea, existe un arcángel bajo las órdenes de Dios, encargado de conducir las almas cuando estas abandonan el cuerpo del fallecido. Tradicionalmente el catolicismo ha identificado a San Miguel Arcángel como el encargado de pesar y llevar a las almas a la otra vida.
En la mitología griega ya existía un ser alado con barba, Tanatos, quién es la personificación de la muerte sin violencia. Su toque era suave, como el de su gemelo Hipnos, encargado del sueño.
Posteriormente, la ciencia del psicoanálisis, planteó la vida del ser humano entre Tánatos o la pulsión de muerte, la cual se opone a Eros, la vitalidad. La pulsión de muerte, identificada por Sigmund Freud, la señala como el deseo de abandonar la lucha de la vida y volver al origen en la cuna de la tumba.
El ángel mensajero y el ángel amoroso
De esta visualización de la muerte en la figura del ángel destacamos dos cuadros. El primero, a la izquierda, es un lienzo del pintor británico Evelyn De Morgan (1855–1919) fechado de 1880.
La realidad que nos representa es la de un ángel de la muerte andrógino, con vestido oscuro, que sostiene en su mano derecha la guadaña para segar vidas, pero que a la vez muestra un rostro compasivo aunque imperturbable que consuela a una joven que implora.
Del lado de la joven, el paisaje parece seco y estéril, con solo tres flores de margarita visibles, mientras que del lado del ángel es más fértil y los prados están floridos. El ángel simplemente convence a la joven de que le ofrece un futuro mejor a su alma.
En cambio, quizás por una cuestión cultural, el pintor simbolista napolitano, Domenico Morelli (1826–1901) nos pinta en 1897 un lienzo tituado L'ange de la mort, sobre el ángel de la muerte en qué este es un ser luminoso y de aspecto amoroso.
El lienzo se compone de una joven bella frente a un ángel femenino alado que desciende y arropa con ternura su cuerpo difunto con una sábana blanca. A su alrededor un paisaje de flores blancas, rojas, amarillentas, en clara alusión a la Naturaleza a la que la joven entrega su último sueño. Un verdadera alegoría del morir natural.
Freud planteó una prodigada teoría, la de Eros y Tánatos, que tomando los nombre de dos deidades griegas contrapuestas le sirven de metáfora como símbolos de la capacidad creadora y destructiva del hombre.
Eros impulsa a la unión con la sublimación del amor en el plano sexual, la cual se opone al poder de Tánatos que se oculta tras la delectación en el dolor por un objeto de amor imposible y que termina con la vida como experiencia terrenal.
En este universo dual todo elemento para expresarse precisa de su contrario y Tanatos, la muerte se opone a Eros, la vida. Tanatos es también el dolor, la insatisfacción opuesta al bienestar de Eros.
Sin embargo, el poder destructivo de Tanatos contiene una poderosa pulsión creativa. La indisoluble contradicción que este concepto encierra ha sido un campo fértil a la creación artística.
Dos buenos ejemplos los tenemos en dos obras de estilos bien diferentes. A la izquierda con un cuadro del año 1900, La jeune fille et la mort, de Henry Lévy, quién pinta un erotismo más que explícito en un estilo neoclásico. A la derecha el abrazo mortal del cuadro de Edvard Munch, que parte de un planteamiento lleno de simbolismo.
El pintor francés de origen judío especializado en temas bíblicos y mitológicos, Henry Léopold Lévy (1840-1904), en su cuadro La jeune fille et la mort pintado entre 1900, parte de un planteamiento opuesto ya que es la joven quién abraza sensualmente a la muerte mientras esta permanece impasible. Es como si se entregara a ella con placer. En esta pulsión vida-muerte, de hecho la muerte es un gran acto de amor.
Su Ángel de la Muerte está abrazando a una joven moribunda de una manera abiertamente erótica, con la mano sobre un pecho y la boca cerca de su oído. Está completamente desnuda y un joven vestido se arrodilla junto a ella, con los brazos extendidos y suplicando al ángel que la deje con él.
A la derecha, en cambio, el pintor noruego post-impresionista Edvard Munch (1863 -1944), quién en su lienzo Death and Life (Death and the Maiden) parte de un planteamiento opuesto.
En este, observamos que es la joven quién abraza sensualmente a una muerte medio esquelética que permanece impasible; es como si ella se entregara con placer. La muerte y la doncella o La muerte y la vida pintada por Edvard Munch entre 1893 y 1894, muestra la amargura del amor, como una mujer desnuda y desenfrenada que besa el esqueleto de un hombre.
El cuadro se acompaña de elementos simbólicos con espermatozoides de cola larga, a la izquierda, y de dos fetos, a la derecha. La complejidad metafórica habitual de Munch, en esta tela invoca el ciclo de la vida, desde la concepción de la vida pasando por el amor y hasta la muerte. Sin duda, en este cuadro, el artista vincula simbólicamente a Eros, la procreación y Tanatos, la muerte.