¿Conocen alguna persona que tranquilamente se está preparando para la muerte, y muere en paz en su casa rodeada de sus seres queridos? ¿O es más frecuente morir en el hospital rodeado de gente extraña con sentimiento de soledad y sufrimiento? ¿Qué ha pasado con nosotros que estamos tan desconectados de los procesos fisiológicos y naturales?
La actual llamada crisis sanitaria por SARS-Cov2, pone a prueba nuestras creencias sobre la salud, la enfermedad y la muerte. Esta nos recuerda la impermanencia del cuerpo y nos dirige a afrontar que salimos de la naturaleza y volvemos a ella.
Quizás si nos reconciliáramos con el hecho de que somos una pequeña parte de la naturaleza y del Universo, no tendríamos tanto miedo a los virus, a la enfermedad o a la muerte. Vivamos lo que tengamos que vivir pero en paz y amor al prójimo. Así lo expresaba la doctora de origen ucraniano, Nadiya Popel, medico de familia y comunitaria en Menorca.
El Universo está regido por la ley del movimiento y el cambio constante. Pero en virtud de los éxitos de la tecnología humana, se ha impuesto la visión mecanicista de la naturaleza como fuente de recursos más que como parte de nuestra esencia viva. La naturaleza utilitaria se ha convertido en la ortodoxia oficial del progreso económico.
Frente a esta visión tenemos propuestas científicas como la teoría Gaia y el acceso a una mayor visibilidad de la sabiduría ancestral conservada en algunas tradiciones indígenas. Esta visión nos une con la idea de la naturaleza viva, la de respetarla como la Madre Tierra.
El reconocimiento de que nuestro planeta es un organismo viviente nos reconecta con nuestra experiencia intuitiva personal de ser parte de la naturaleza viva y por ello "cuando escupimos sobre la tierra, es como hacerlo sobre nosotros mismos".
La visión de la tierra como espacio sagrado, como fuente de vida y receptora de los muertos ya fue descrita en la antigüedad clásica por el poeta griego Esquilo en el siglo V a.C: "la naturaleza da origen a todas las cosas, las cría y las recibe de nuevo en su matriz".
En muchas partes del mundo se deposita a los recién nacidos sobre el suelo, y a continuación se les vuelve a recoger, para representar su nacimiento desde el seno de la tierra.
Los entierros directos al suelo en los cementerios verdes han tomado auge en algunos países porqué cada vez más personas sienten esa necesidad de devolver el cuerpo ya inerte a la matriz terrenal que le dio vida.
Cuando reconectamos con esta idea de la naturaleza viva dejamos de pensar en la Vida como un espacio de tiempo que hay que vivir sin límites. El contacto, asiduo o permanente con la naturaleza, nos incita a ralentizar nuestro ritmo vital y a aumentar la calidad y profundidad de nuestras relaciones.
Como bien lo expresan algunos pensadores, en vez de vivir a lo largo, hay que vivir también a lo ancho.
Muchas personas piensan que gracias a los avances médicos el día que la muerte les alcance, seguro que habrá opciones para prolongar la vida. Los científicos constantemente están descubriendo más y más sobre la fisiología humana. Así que ¿por qué no pensar que podremos ser inmortales algún día?
Sin embargo, la muerte es el final objetivo al que nos dirigimos todos los seres vivos tras nacer. Unos viven más, otros menos, pero es cierto que la esperanza de vida del ser humano en el último siglo ha aumentado en más de 40 años, pasando de una media de poco menos de cuarenta años a más de ochenta.
De hecho, hay lugares, como en algunos pueblos al Sur de Italia o de Okinawa en Japón, donde la mayoría de sus moradores mueren centenarios. Algunos de los más recientes estudios sobre estas poblaciones afirman que es una combinación entre su entorno natural, de clima moderado y soleado, la alimentación saludable y una predisposición genética.
Estos avances científicos son los que nos impiden ver que nuestra vida es importante y transcurre a diario gracias a la muerte. Mueren células de nuestro organismo, el pelo se nos cae, pero también crece, mueren animales y plantas en otoño y renacen en primavera. Todo se renueva constantemente.
Tanto si uno es un rey como si es un mendigo, el final de la vida humana siempre es la muerte. La muerte es el horizonte final de una vida en plenitud y por tanto invita a deshacerse, a soltar aquello que deja de ser útil en la dimensión terrenal. Toda Vida, por corta que sea, la humana incluida, siempre responde a un propósito (aunque no siempre sepamos interpretarlo).
La idea de la inmortalidad es tan sólo una ilusión para tapar determinadas creencias que a menudo no hacen sino entorpecer el gozo de vivir cada instante, de apropiarse de las emociones y los saberes que a diario nos proporciona la experiencia de vivir con conciencia.
Algunas visiones espirituales sostienen que la muerte no existe más que como renovación del aliento que nos da Vida. Por tanto. llega un momento que dejamos un cuerpo no importa en que estado, joven o viejo, para continuar nuestro camino como "Ser".
Gracias a la muerte cada ser humano tiene la oportunidad de sentir y reconocer dentro de si la luz eterna que somos. Una luz biológica que está demostrada científicamente.
No importa que la existencia humana sea de pocas horas, meses o décadas. Debemos dejar de pensar que la enfermedad nos quita pedazos de vida. Toda dolencia o afección advierte a nuestra biología para que, con conciencia, reoriente la Vida emocional y espiritual.
Ciertamente, nuestro pensamiento plástico puede bloquearnos cuando leemos que la muerte no es otra cosa que un evento necesario de la vida misma.
Por suerte, el ser humano no sólo no debe morir, sino que ademas no puede hacerlo. Su alma, su esencia, es inmortal y por las experiencias cercanas a la muerte sabemos que el espíritu, el alma o como quiera denominarse de un ser humano no muere.
Evidentemente, la inmortalidad del alma tras la muerte del cuerpo físico es una idea, una creencia y por tanto, cada persona la siente a su manera. Así, por ejemplo, Elisabeth Haich, autora de Iniciación (1991) lo expresa de esta manera: "Cuando tu cuerpo se gasta, tu yo lo abandona. Pero el Yo es una rama del Árbol de la Vida, es la vida misma y la vida, cuando tu vida se vea en peligro a causa de tu tarea no temerás a la muerte, sino que enfrentarás el mayor peligro con absoluto desprecio de la muerte con ecuanimidad. Pero nunca permitas que el "desprecio de la muerte" degenere en una minusvaloración de la vida, es decir, en un desprecio de la vida".
La razón no puede abarcar los misterios que existen más allá de la materia física y el espíritu no puede ser comprendido, sólo puede ser vivido, sólo se puede ser el espíritu.
Algunas filosofías espirituales se centran no en las creencias, sino en las vivencias que trascienden la mente. El pensamiento no puede abordar lo impensable, como lo muestra el yogui Éric Baret en su obra: El único deseo. En la desnudez del tantra 1 (No dualidad): "El yoga es el arte de morir a uno mismo, el arte de celebrar nuestra verdadera naturaleza".
Este es el aprendizaje al que se nos invita desde la Vida cuando esta nos pone frente a la muerte. El proceso de morir es la oportunidad de sentir este destello de eternidad que a veces intuimos y que al seguir su pista desde la conciencia nos lleva a la plenitud.
La muerte, desde la perspectiva de un renacer del espíritu, no sólo nos ilumina sobre la materialidad de esta dimensión física. El proceso de morir es el gran regalo que la Vida nos ofrece.