La negación de la muerte es uno de los grandes retos que la sociedad occidental debe superar. El argumento principal de esta negación o tabú es porque la pérdida de un ser querido causa dolor. Sin embargo, el dolor se disuelve cuando se vierte en el lago de la belleza de la VIDA, efímera, pero divina.

El antropólogo británico, Geoffrey Gorer (1905-1985), autor, entre otros libros, de Death, Grief, and Mourning in Contemporary Britain (1965), en 1955 ya publicó un breve ensayo titulado: “La Pornografía de la Muerte”.

En este ensayo argumentó que debemos atrevemos a hablar de muerte en público sin miedo, algo que no hacemos desde al menos mediados del siglo XX.

Cuando algo se esconde puede convertirse en tabú y por tanto prostituirse. Esa es la realidad en la que nos encontramos y por ello la industria funeraria se comporta como intocable.

Cuando el tabú deviene obsceno
La muerte puede convertirse en una auténtica perversión cuando no está normalizada. Diseño de T-shirt inspirada en Nekromantik (1987) de Jörg Buttgereit.

Gorer, asociaba el término pornografía de la muerte a la idea de algo que se vive en privado al igual que el sexo y que se vuelve obsceno u ofensivo al pudor cuando ocupa el dominio público.

Exponía que el disfrute de lo que se considera “súcio” es una realidad universal, un aspecto de hombre y mujer viviendo en sociedad.

Por eso, lo obsceno cuando está fuera de lugar, produce impresión, vergüenza social y por supuesto risa.

Los chistes sobre lo que en una determinada sociedad se considera obsceno (y para cada pueblo es diferente) siempre hacen reir.

La etiqueta de obscenidad aparece principalmente por la situación y el puritanismo respecto al tema.

Cada cultura establece aquello que en la experiencia humana se considera inherentemente vergonzoso o aborrecible y de este modo se evita en público.

La aparición de las normas sociales más puritanas a principios del siglo XX se inicia la gestión de la muerte en privado.

El embalsamamiento o tanatopraxia para dejar el cadáver con aspecto de vivo, pretende evitar lo escabroso que supone mostrar el cuerpo difunto al natural.

El concepto del porno mortal
Cuadro titulado el Odio (Der Hass) de Pietro Pajetta de 1896 en el Museo de Cenedesse. Imagen: Wikimedia

La pornografía no es más que una prostitución temática y que explota un tabú para producir ilusión o fantasías. Lamentablemente, en el ámbito del sexo la pornografía nunca había alcanzado metas tan altas.

Probablemente, esta pueda surgir solo en sociedades alfabetizadas y, por supuesto, el disfrute de la pornografía es predominantemente en privado.

La pornografía es y ha sido una actividad en los períodos de la hipocresía social más rampante. En la China manchú (entre los siglos XVII a principios del XX) la pornografía sexual fue muy común.

Cuando un tema se prostituye se convierte en una actividad que tiende a la clandestinidad y va acompañada de sentimientos de culpa e indignidad.

Durante siglos la muerte no fue ningún misterio, excepto la parte de misterio que en sí comporta. Sin embargo, todo el mundo sabía que morir formaba parte indisociable de la vida. Hasta los niños pensaban en su propia muerte, y se vivía, se trabajaba y se moría sin más. Los funerales eran de dominio público.

En momentos de elevada mortalidad como en el siglo XIX, los cadáveres no fueron nunca obscenos. De hecho, los funerales fueron demostraciones de clase y el cementerio un espacio incluso festivo. En Estados Unidos hubo un momento que se iba a hacer pícnics en los cementerios.

La galopante muerte violenta
Una de estas miles de películas en la que se exhibe la muerte violenta de forma explícita. Fotograma del film Ghost in the Shell (2017) de Rupert Sanders

Durante el último medio siglo, la salud pública y los avances en la medicina preventiva han incrementado la esperanza de vida e incluso se atreven a alargar la vida a toda costa.

La muerte natural se ha diluido a favor de la muerte clínica, mayoritariamente concentrada en hospitales y residencias geriatricas. De este modo se ha invisibilizado hasta el punto que los difuntos parece que no pertenezcan a la familia.

Las funerarias se han apropiado de ellos y los tratamientos post mortem, como la preparación del fallecido lo han secuestrado. Las empresas funerarias se llevan al difunto y lo preparan a escondidas de la familia en espacios reservados (los tanatorios).

En paralelo se ha acrecentado el interés por la muerte violenta. Los noticiarios dan a todas horas los partes de las guerras locales, a menudo altamente crueles, de imágenes bárbaras en campos de refugiados en territorios afectados por hambrunas atroces, tragedias naturales, etc.

La muerte violenta, incluidos los accidentes de tránsito se han convertido en mediáticas. La fantasía, la pornografía de la muerte, la de la muerte violenta de mil maneras, llena páginas y páginas de cómics, horas interminables de películas, thrillers, historias de espías, de detectives, etc..

La singularidad de cada muerte violenta analizada por el detective o incluida en el cine o la literatura juvenil, nos da idea de cómo a través de la obscenidad necrofílica se excita la curiosidad colectiva.

Algo parecido con lo que sucede con el misterio del sexo que manipula la pornografía sexual.

La muerte natural frente a la muerte violenta
Acumulación de cadáveres en la morgue de Los Ángeles. Foto: Wikinews

El sexo pornográfico, con claros tintes animales florece en internet tanto como los juegos de masacres o las historias de crueldad y violencia o las historias de necrofilia en las morgues.

Es así como se estimula la muerte inexistente y se abraza el mito de la eterna juventud que ya en el siglo XIX criticó de forma magistral el novelista irlandés Oscar Wilde (1854-1900) en El retrato de Dorian Gray /1890).

La población debe salir de la fantasía de la eterna juventud o la vejez inacabable. Hay que asumir que nacimiento, sexo y muerte forman parte del ciclo vital al que pertenecemos y este es inviolable.

Debemos devolver la muerte -la muerte natural- a la relevancia que merece y prescindir de la insensibilidad y la visibilidad que se de la muerte violenta y morbosa.

La muerte no puede omitirse ni hacerse invisible.  Si regulamos también el contacto de los niños con la muerte, entonces, por más educada que sea una sociedad, se perpetua el tabú sobre el final de vida; y con ella aparece la pornografía de la muerte.

Todo tabú acaba fomentando actividades para recrearse en privado en lo obsceno en el formato de lo que en el ámbito de tanatos, denominaríamos pornografía de la muerte.

Compartir :