El estudio de la sucesión de las poblaciones de insectos que tras la muerte aparecen en un cuerpo que se descompone, va también acompañado de cambios físicos, biológicos y químicos. La ciencia que estudia los insectos de la muerte es la entomología forense.
El olor de la muerte, la del cuerpo humano en descomposición, se describe como rancio y picante mezclado de aromas de dulzura repugnante. La química forense estudía los olores emitidos durante el proceso de descomposición ya que pueden ser increíblemente útiles.
Los aromas del cadáver son más de 450 sustancias que se desprenden durante la descomposición de un cuerpo humano. Las más conocidas, la cadaverina y la putrescina, y todas ellas cumplen con funciones ecológicas y modifican nuestro comportamiento. Identificar estas sustancias contribuye a mejorar el conocimiento forense.
En determinadas condiciones, los cuerpos no se descomponen, sino que se da una momificación natural, un fenómeno que los radiestistas conocen bien. La momificación puede producirse de forma espontánea, sin intervención humana.
La tafonomía forense estudía los procesos post mortem que afectan a la preservación, observación y recuperación de los organismos muertos, adentrándose en la reconstrucción de su biología o ecología, o de las circunstancias de la muerte. La muerte entonces nos habla desde el futuro para explicarnos el pasado.
Las pinturas Kusôzu sirvieron para reflexionar sobre la provisionalidad de la materia biológica. Este antiguo arte japonés se basaba en la observación de la evolución de la putrefacción del cuerpo humano.
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