Acercarse a la muerte lúcida o al arte de aprender a morir es también comprender cómo abordarla conscientemente, y que por tanto sea un proceso que pueda ser vivido desde el gozo.
En la cultura occidental la muerte aún sigue siendo un tema tabú, a pesar de que, nos guste o no, es una de las pocas certezas que tenemos.
Como diría el escritor Jorge Luis Borges, “la vida es solo una muerte que viene”, pero, debemos observar que esta no viene sola, aunque no seamos conscientes de ello.
El arte de aprender a morir exige: saber despedirse del cuerpo, mirar en el horizonte de todo lo aprendido y gozado, dejar que el alma se serene, y entregarse a la despedida desde el amor por lo compartido en esta vida.
El cuerpo humano desde su nacimiento que entra en contacto con el oxígeno empieza a morir. Para los procesos de oxidación metabólica, es decir de obtener energía utilizaremos la comida.
El arte de comer sano, es decir de mínimo desgaste se nos niega a la mayoría. Desde el último siglo y medio de industrialización el cuerpo acumula tóxicos a lo largo de toda su vida.
Así que a día de hoy nuestro cuerpo no solo se envenena con la comida (aditivos, metales pesados, etc.), de las medicinas, de las radiaciones electromagnéticas o de los contaminantes que inhalamos o ingerimos. Vivimos desde hace decenios en un mundo lleno de tóxicos. (1)
Nuestro cuerpo se expone a una sopa de de tóxicos hasta el momento en que es incapaz de superar este equilibrio dinámico con el entorno y que llamamos "vida". (2)
Es entonces cuando aparece la enfermedad el síntoma de este desequilibrio imposible. Desequilibrio que a menudo no puede recuperarse y conseguir n nuevo equilibrio. Entonces la muerte es su consecuencia final.
Hoy por nuestro torrente sanguíneo circulan todo tipo de aditivos hasta pesticidas o metales pesados como plomo o mercurio. Al dar tratamiento final al cuerpo fallecido, debemos considerar no dar continuidad a este ciclo de toxicidad.
Por eso, se ha propuesto emplear técnicas de desintoxicación o remediación del cuerpo sin vida. La investigadora Jae Rhim Lee, comercializa una mortaja a modo de traje a base de hongos que facilita la absorción de tóxicos presentes en el cadáver.
El diseñador holandés Bob Hendrikx, fabrica un ataúd, el Living Cocoon, que es un arca micorrizada para la misma función de reducir la carga tóxica presente en el cuerpo humano. Ambas son buenas soluciones para el retorno a la tierra evitando envenenarla.
La lucidez de la vida está íntimamente relacionada con la conciencia de la muerte. La muerte consciente es la que nos permite entregarnos a ella agradeciendo el servicio prestado por nuestro cuerpo.
Muchas filosofías dejan claro que el cuerpo físico es tan sólo el vehículo del alma e incluso lo menosprecian como algo pecaminoso.
Aun no siendo conscientes de nuestra alma, ni de nuestra mortalidad, cuando se acerca el final de la vida, nuestro cuerpo biológico nos habla.
Nos habla desde su cansancio y desgaste físico, desde su desmoronamiento sensorial y cognitivo, de su incapacidad para llevar a cabo determinados procesos fisiológicos básicos.
En la vejez el cuerpo físico pide descanso. En la enfermedad este pide tomar conciencia de un cuerpo que no ha sido cuidado con suficiente esmero.
Lamentablemente, no forma parte de nuestra cultura esta escucha de nuestra "maquinaria biológica". De hecho, incluso la tecnología médica se atreve a implantar válvulas en personas con casi noventa años afectadas por estenosis aórtica.
De esta escucha atenta de nuestro cuerpo, no sólo podemos percibir su cadena de fallos, si los hay, sino también del vigor (combustible) que nos queda.
Algunas personas sabias (ascetas, yoguis, etc.), que han vivido con consciencia su vida (larga o corta, no importa) pueden predecir el momento de despedirse de su cuerpo físico (de su muerte) pues para ellos la muerte no existe, "cuando te cansas de la vida, simplemente te quitas la vestidura de carne y regresas al mundo astral.". (+)
La vida es para ser felices y la muerte es lo que nos permite expresar esta gratitud y descubrir que al morir salimos de nuestro cuerpo y nos damos cuenta que seguimos vivos. Morir es vivir, es renovarse, una bendición que debería celebrase.
Algunas visiones espirituales advierten que la muerte es un gozo, una alegría ya que esta es la coronación de una experiencia vivencial escogida para evolución.
Otras filosofías aseguran que el cuerpo es una cárcel para el alma y que es al morir que el cuerpo biológico facilita que el alma recupere su libertad. Estas visiones incitan a que no debemos tener miedo a la muerte ni aferrarnos a la vida.
Aseguran que tras la muerte hay la pura felicidad. O sea que la muerte nos libera del continente, pero no del contenido que es el alma la cual es inmortal.
Para otros la muerte es la prueba del fin de nuestra misión vital como almas y que no siempre la mente física puede aceptar o comprender.
Aprender a morir es permitir que la mente deje expresar al alma, y que esta acepte dejar el cuerpo sin apegos para viaja a la luz de la que partió.
Cuando hay distorsiones, un alma puede quedar atrapada en la dimensión terrenal. En otras ocasiones, caso de las experiencias cercanas a la muerte, hay una invitación a que el alma continúe en el cuerpo con una nueva misión. Por eso muchas personas que han vivido una experiencia cercana a la muerte manifiestan haber perdido el miedo de morir.
La buena práctica en el morir advierte que hay que ayudar al muriente a que encuentre su sentido en estos momentos finales y pueda deslizarse hacia la luz.
Algunas personas del mundo sanitario especializadas en cuidados paliativos han podido vivir en primera línea tanto la aceptación para dejar la vida la serenamente como de lo contrario.
Sus vivencias convertidas en libros (3) (4) ofrecen una verdadera inspiración para que cualquiera pueda perderle el miedo a la muerte.
El proceso de morir no es algo físico, en realidad es un estado cuántico. En este sentido poco importaría si se está acompañado o sólo físicamente, si realmente nos sentimos amados y rebosantes de amor. Esta sensación sería suficiente para asumir el tránsito con pleno gozo estando "físicamente" sin compañía.
Aunque el Amor pueda expresarse sin tiempo ni espacio ya que lo envuelve todo con su energía, el acompañamiento amoroso al muriente es algo que nos hace humanos.
Si la persona sabe que mientras muere está iniciando un camino hacia la felicidad, bien acompañada por sus seres queridos o por alguna persona amada o amorosa, la entidad luminosa que se desprende tras el deceso del cuerpo, facilita una despedida serena.
Algunas prácticas espirituales hablan de que no hay que dar sepultura antes de los tres días, pues es el tiempo que tarda el alma en desapegarse del cuerpo. Los budistas son una de ellas y el Libro Tibetano de los Muertes es su máxima expresión.
Algunos practicantes, como Stephen y Ondrea Levine en su libro ¿Quién Muere? afirman que frente al miedo del «yo» (nuestra autoimagen) a abandonar este mundo hay que cultivar una apertura serena a lo desconocido desde la confianza y la aceptación.
Los rituales mortuorios son un verdadero patrimonio de la humanidad y una expresión viva de nuestra esencia consciencial. Los estudios de los rituales mortuorios van desde lo divulgativo como el libro De aquí a la eternidad, hasta estudios antropológicos detallados. A modo de ejemplo: en las comunidades andinas, en China, y en el Àfrica subsahariana.
Desde el principio de la humanidad y en cada rincón del mundo se tiene constancia pues de ritos fúnebres. Muchos de ellos ya advierten de la continuidad de la existencia tras el tránsito dimensional causado por la muerte. Por tanto, sería importante no perder estos ritos y la importancia de sublevarse contra las normas de la llamada nueva normalidad impidiendo los rituales fúnebres atesorados desde antiguo por muchos pueblos.